En los últimos años he desarrollado una considerable cantidad de aficiones y objetivos los cuáles ocupan la mayor parte de mi tiempo libre. Sea escribir, practicar deporte, hacer música o la búsqueda de la autorrealización, intenté llevar estas actividades al siguiente nivel. No desaprovechar mis horas teniendo en cuenta que nuestro tiempo es finito. Me informé sobre cómo optimizar tus horas a través de diversas técnicas que encontraba en Internet provenientes de «expertos de la productividad». Por el camino, sin embargo, perdí el foco y el principal motivo por el cuál realizaba todas aquellas tareas: pasión genuina.

Esta evolución se puede observar en varios de los artículos que he ido publicando, donde os comentaba los progresos de mis objetivos a corto y largo plazo. En pos de ser productivo, me apoyaba en intentos de establecer rutinas estrictas, que sí, dan estructura a la vida y tienen numerosos beneficios, pero al mismo tiempo eliminaban la diversión.

No me malinterpretéis, no creo que hay que solo hay que hacer cosas que te apetecen, pues ese estilo de vida hedonista tampoco brinda la satisfacción que busco. La clave para mí ha sido entender e interiorizar que esas aficiones que realizo son positivas para mí y mi desarrollo, pero no una obligación. Con esta mentalidad, casi siempre me apetece escribir un artículo aquí en BBV, o escribir algo de ficción, ir al gimansio, salir a correr o ponerme a meditar, pues al fin y al cabo esas son las actividades que me hacen feliz. Sin embargo, ha sido menester para mí entender que también hay que dejar espacio para que otros elementos florezcan. Preguntarme cada día qué es lo que realmente me apetece hacer y hacerlo. La mayoría de veces coincide con las actividades descritas pero otras no. Es en esos momentos cuando debo permitirme romper la rutina (esta parte aún me resulta complicada).

Deshacerse de esta mentalidad de productividad es complicado, pero en mi caso sinceramente creo que es la única manera de avanzar. No digo que sea para todos igual, pero me he dado cuenta que después de machacarme con autodisciplina durante tanto tiempo repitiéndome que esas actividades son beneficiosas para mí, ahora ya no me resulta complicado sentarme a escribir o salir a correr. A pesar de ello, creo que yo me pasé de tuerca y ahora debo encontrarme en un punto medio, en un balance sano en el que seguir desarrollándome sin estar intentando desarrollarme todo el rato. Un hacer sin intentar hacer. Simplemente ser.


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *