Y yo aquí haciendo tiempo, apretando el culo y los puños con fuerza, a ver si deja de llover. Sin embargo, parece que a cada segundo llueve más. Cómo si el mundo me estuviera diciendo “jódete cabrón, esto por no hacer caso”.
– Vaya, cómo llueve.
Dice alguien a mis espaldas. Conozco ese acento.
– Sip. Bastante. Justo ahora pensaba en que hoy fijo la palmo.
Se echó a reír. Al parecer, la idea de mi prematura muerte le hace gracia al muy cachondo.
– Tranquilo, yo llevo paraguas. Puedo acompañarte hasta la boca del metro, si no te importa compartirlo, claro.
Claro, sí, por mí no hay problema. Dios, la verdad es que me haces un favor porque tengo frío y estoy a una gota de pillar un resfriado. Me salvas la vida. Eres muy generoso, me siento fatal por lo de hoy, he sido estúpido y me ha dado envidia ver que dibujabas tan bien, y tan rápido. Al verte pensé que eras de humanidades, o periodismo. Hasta se me ha pasado por la cabeza que eras francés. Qué tontería. Lo que quiero decir es que me ha encantado el retrato que me has hecho, y me he pasado todo el día pensando en ese maldito dibujo, y en el que has hecho en clase. No he podido ver que era y he tirado la goma de borrar a propósito para poder cotillear, pero no he visto nada. Me muero de ganas por saber que has dibujado, me muero de ganas por saber que te inspira, me muero de ganas por conocerte. Conocerte a ti y a tus musas. Tus pensamientos, tus ideas, tus convicciones y tus errores. ¿Se pronuncia “Uiljem” o “Bilhulem”? Nunca he estado en Suecia. Me encantaría ir a Suecia, debe ser precioso, pero leí en un blog de internet que tenéis un problema con las garrapatas. En un capítulo de “House” un chaval casi se muere por una garrapata, no quiero que eso me pase. Si muero, quiero que sea por algo épico o extremadamente dramático; cómo intentando salvar a un gato de un árbol, que está al borde de un precipicio, en lo alto de un mar de lava, ya me entiendes. En el blog ponía que en verano hay menos garrapatas, pero también he visto “Midsommar” y ahora me da miedo el verano en Suecia.
Me habría encantado decirle todo eso al chico amable que tenía delante. Pero fui cobarde. No me salían las palabras.
– Eh, claro. Gracias.
En cuanto llegue a casa me pego un tiro en las pelotas.
La “Caja Gris” está un poco alejada del centro del barrio donde se sitúa, el metro queda andando a unos 20 minutos, corriendo a 25. Sí, yo tampoco me lo explico.
Me acerqué a él y empezamos a andar, parecía una clásica misión de juego de rol. Acabar las clases sin hacer ni una sola pollita de barro, hecho. Ver a mis amigos los tiburones y debatir sobre qué peli de “Star Wars” es mejor, hecho. Conseguir paraguas, hecho. Ahora solo queda llegar a la estación e ir a casa. Pero voy acompañado por lo que parece un mago de nivel “dios”.
Mientras andamos, mi brazo choca contra el suyo, el paraguas se mueve, me caen gotas en la cara, él se moja el pelo, me pisa, le salpico, sonreímos, canturreamos el mismo tema de Dylan, le digo que desafina, él dice que yo no desafino porque no canto directamente, callamos, miramos la carretera antes de cruzar, le miro, me mira.
– Y… ¿Cuánto tiempo llevas aquí?
Me mira cómo si la pregunta no fuera con él. Debe pensar que se la estoy haciendo al tipo que corre con un periódico en la cabeza.
– Llegué la semana pasada.
– ¿Y te gusta la ciudad?
Mira hacia el cielo, y retira el paraguas. Nos estamos mojando los dos ahora mismo y no me hace ni puta gracia, a lo que conecta.
– No…
Y suelta una carcajada. Mira, yo no soy racista, pero este tipo de humor nórdico, norteño o cómo puñetas se llame no me hace gracia. Menos mal que ha vuelto a levantar el paraguas.
– Se parece mucho a mi ciudad, ¿sabes? Todo el día gris, y lloviendo. Me dijeron que aquí hacía sol. Que siempre hace sol.
– Hombre, siempre, siempre… Lo que se dice siempre; no. Pero tranquilo, de aquí nada hará una calor terrible, la gente empezará a llevar camisetas de tirantes con total normalidad por la calle, las gotas de sudor se nos caerán sobre el carboncillo mientras dibujamos, en las noticias alertarán sobre los golpes de calor, y recomendarán a todos los viejos del país que se refugien sobre el mediodía en sus casas, y el metro, se convertirá en una sauna de muy mal gusto y en movimiento. Así que guay, el sol saldrá pronto.
¿Qué coño acabo de decir? ¿Pero eso a qué viene?
– No te gusta el calor, eh.
– Nop, para nada. Es… pegajoso.
– Cómo tu goma de borrar…
Y cinco puntos para el sueco de la casa “Zascaneon”.
– Seguro que a ti te encantaría mi ciudad, Gotemburgo. En verano, el día más caluroso puede llegar a los ¿qué, quince, veinte grados?
Al hablar de su ciudad, le ha cambiado la cara por completo, y se le han iluminado los ojos. Sé que suena a peli mala de domingo tarde, pero de verdad que su rostro ha cambiado y habla de su pueblo con recuerdos, pensamientos y nostalgia. Un poco dramático para llevar aquí casi dos semanas …
– La gente va al parque “Slottsskogen” y se relajan en la hierba, bajo la sombra de un árbol. Juegan al “frisbee” o “handball”, y los más pequeños se entretienen con los animales.
– Espera, ¿tenéis animales sueltos por el parque ese? Pero, ardillas o gatos, querrás decir.
– Hay ardillas, y gatos. Pero a los niños les gustan más los pingüinos o las focas, pueden ser muy divertidas. También hay ciervos correteando por el parque y arriba en la colina tenemos Alces, que siempre son muy impactantes de ver, por qué no te esperas que sean de casi tres metros.
– Vaya, parece un sitio muy especial.
– Lo es.
Me acaba de sonreír de la manera más sincera posible. Lo reconozco, este hombre es un cuentacuentos de primera. Me gusta mucho cómo me habla, me hace sentir… ¿A salvo?
Por favor, déjate de tonterías. Al final de la calle está la boca del metro, no te montes películas y date prisa.
Entre los dos ahora hay un silencio incómodo. No se que decirle y ya estoy a punto de irme. La calle se acorta cada vez más, y mi destino está cada vez más cerca. Una parte de mí tiene frío y quiere llegar a casa, otra quiere pasar todo el día caminando con él, hablando y compartiendo historias.
– Ahora que caigo, perdona, no sé cómo pronunciar tu nombre…
Sonríe, y procede a pronunciar su nombre con fuerte acento sueco, a lo que me quedo igual.
– Pero puedes llamarme Will.
– Ese sí que lo sé pronunciar, Will.
Ya estamos delante de la boca del metro. Bajo el paraguas. Llueve más que antes, y el agua empieza a calar mi ropa.
– Gracias por acompañarme y compartir tu paraguas.
– Un placer, Lucas.
– Deberíamos repetirlo …
¿Deberíamos repetirlo? ¿Pero por qué hoy parezco gilipollas?
Mientras bajo las escaleras, veo por el rabillo del ojo cómo se va y entonces tengo otra de mis brillantes ideas. Subo las escaleras y me planto en la acera, donde empieza a llover aún más. Mi cuerpo tirita e intento disimularlo con zancadas ortopédicas.
– ¡Will!
Él se gira y me mira levantando las cejas.
– Que… El viernes voy a ver a un amigo que es mago. Quiero decir que voy a verlo actuar en una sala pequeña en el centro, y bueno iba a ir solo, pero… si quieres venir… creo que te gustará. Es… muy bueno y –
– Me encantaría ir.