A Paula se le da bien cualquier arte plástica. Desde entonces, colegas.

Guardo un buen recuerdo de aquel día. El día que nos reunimos los tres y formamos nuestra pequeña familia. Los “Tiburones” nos llamamos entre nosotros. Paula nos bautizó con ese nombre horas después, cuando creó un grupo de “Whatsapp”. Nos comentó que si bien los “tiburones” podía ser un buen nombre para nuestro grupo, y que rezumaba buen royo, los “dinosaurios” parecía nombre de grupo de chavales vírgenes. Tenía razón, aunque Héctor insistía en el segundo nombre, los “dinosaurios”. Desde entonces en nuestras cabezas pajarea la idea de que Héctor podría ser vírgen.

Así que los “Tiburones” entraron por la cafetería. Cómo esperaba, estaban manchados de barro hasta los codos. Manu se sentó a mí lado, Héctor y Paula en frente. Ahora Paula estaba sentada en el lugar que hace escasos minutos ocupaba el chico Sueco.

¿Cómo se llamaba? Creo que no me dijo su nombre.

– ¿Y bien? – Pregunto – ¿Cuántas pollitas de barro habéis esculpido hoy?

Ni me contestan, deben estar hasta los cojones de Carreras y su pedantería. Paula ha sacado su portátil y responde a algunos e-mails. Manu está removiendo una cucharilla en un té, que juraría que no le apetece. Y manu está dibujando a su homónimo en sus cómics. “Doom Héctor” Un superhéroe que tiene el poder más bobo de todos. La superfuerza.  

Visto lo visto, mis colegas no quieren hablar. 

Son las 11.35 y ya llegamos tarde a nuestra segunda clase. Subimos corriendo hasta el segundo piso, donde tenemos clase de dibujo. El profesor que imparte esta clase no está tan mal cómo el resto. Además deja que le llamemos por su nombre de pila “Alex” en vez de por su apellido, cómo el resto de carcas de la uni. 

Nos da más libertad y no nos planta a modelos en bolas en medio de la clase. Ahora mismo estamos trabajando lo que él llama “dibujo inspiracional” donde debemos dibujar algo que nos inspire, o que lleve tiempo en nuestra mente. Los Tiburones nos sentamos cada uno delante de un escritorio ligeramente inclinado. Dejo mí mochila en el suelo y saco un cuaderno Din A3. Coloco el carboncillo al lado de la goma de borrar. Cómo si dependieran el uno del otro. Ni me fijo en Alex, nuestro profe molón que entonces empieza a hablar mientras le saco punta a un lápiz viejo. 

– Buenos días jóvenes artistas. Hoy continuaremos con el “Dibujo Inspiracional”, dejad que os encuentren las musas, que os atrapen con su encanto y entonces dibujadlas. Plasmad su belleza en vuestra obra. Cojed esa idea que revolotea por vuestros pensamientos y dejadla por escrito, esa será la frase que usareis para dibujar. Pero antes de nada, cómo veis hoy estoy acompañado con este chico tan alto. Estará de erasmus con nosotros este semestre. 

¿Cómo?

– Viene de Suecia, ¿Estocolmo?

Tiene que estar de puta broma.

– Gotemburgo.

Es él. El chico de antes. 

– Pues nada, os presento a… a ver si lo pronuncio bien, Willhelm Andersson. Toma asiento, anda.

Willhelm. Eso no se pronuncia bien ni queriendo. ¿“Biljelm”, “Uilem”?

– Puedes sentarte ahí al lado de Lucas.

No, a mí lado no. Dios, qué vergüenza. Seguro que antes de sentarse me dedica una cara de asco o frustración, acompañada de un soplido leve, que traduciré cómo un: “A armar mueble te vas tú, capullo de mierda.” 

El chaval se acerca. Deja su bolsa en el suelo y saca otro cuaderno Din A3. Antes de sentarse… ni me mira. No muestra ningún tipo de emoción. Me ningunea. Ah, ya entiendo, se está haciendo el duro y ahora me castiga con su silencio e indiferencia. Pues yo también voy a ignorarlo.

– ¿Me dejas un lápiz? Vaya, menudo “Déjà vu”.

A este chico lo que le gusta es romper todos mis esquemas y jugar con mí mente. Me lo quedo mirando. Tiene unos ojos muy azules. 

– Es una expresión francesa.

Es un chulo y un fanfarrón. Levanto las cejas y sonrio levemente para indicar que he pillado lo de “Déjà vu”.

– Coje el lápiz que quieras.

Vale, voy a centrarme en la clase y mi dibujo. Una frase que revolotee por mi cabeza… Ahora solo puedo pensar en el turista que tengo sentado al lado. No puedo concentrarme. Mierda. Es cómo cuando te dicen; no pienses en un oso polar. ¿En qué estás pensando? Cada vez que alguien me decía, “no pienses en un oso polar”, yo intentaba pensar en una jirafa. Irremediablemente siempre acaba pensando en un oso polar abrazando a una jirafa. ¿Qué escribe? Tengo curiosidad por saber que escribe el sueco. Sigo sin saber cómo pronunciar su nombre. 

Tengo una idea, voy a tirar la goma para borrar carboncillo al suelo. Cómo es gomosa y pegajosa, haré cómo que me cuesta despegarla del suelo. Tal vez así tenga oportunidad de ver que ha escrito. Vamos allá, tiro la goma al suelo, tal vez demasiado cerca de su taburete, me agacho para despegarla y… Mierda se ha enganchado de verdad. ¿Que ha escrito? ¿Cómo puñetas se ha enganchado tanto? Estoy intentando despegarla y le estoy dando algún que otro golpe a su pierna con la cabeza. Tierra trágame. No debería haberla tirado con tanta fuerza.

– ¿Te ayudo?

Debo parecerle un papanatas de primera. O peor, un acosador de segunda.

– Es que, sí, mierda. Lo que pasa es que –

¡CÁLLATE GILIPOLLAS! Formula una frase con sentido.

– Perdona. Se me ha enganchado al suelo. 

– Yo también soy un manazas.

Me ayuda a despegar la goma del suelo. Yo no soy un manazas. He tirado la goma a propósito. Lo que pasa es que soy imbécil. ¿En serio, cómo se ha enganchado tanto? Joder ¿es un chicle lo que cuelga? Nos levantamos y cada uno se sienta en su taburete. Por vergüenza ni he intentado ver lo que dibujaba ni la frase que ha escrito. Voy a intentar ser normal por una vez.

– Gracias. Oye, perdona por lo de antes… No he sido muy amable, que digamos.

Me sonríe.



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