Remblan, como todas las mañanas, se puso el traje negro y la máscara de goma. Fue a la Cúpula de Cristal —situada en un lugar visible a media altura en la montaña— a reunirse con los demás de su especie, los Worbut. Allí pasaban el día sin demasiado que hacer. Reían y parloteaban. Bueno, no todos. Remblan hace tiempo que no ríe. Mira a los demás con una expresión entre sorprendido y asustado, como si no hablasen el mismo idioma.
Los Worbut tenían una única responsabilidad: alimentar y satisfacer los desbordantes caprichos de los Pórsores, una especie que habitaba en las cumbres. Su población era escasa, pero eran grandes y fuertes. También eran peludos. Los cubría un pelo largo y oscuro. Todo el cuerpo menos la cara. Una cara gruesa, con las facciones muy marcadas, ojos grandes y colmillos afilados.
Ni Worbut ni Pórsores movían un dedo, pero los primeros sabían dar órdenes y los segundos, meter miedo. En cambio, los Twinguis son una especie muy trabajadora que habitaba en la llanura. Trabajan y trabajan. Y a pesar del cansancio, agradecen a los Worbut el trabajo que les han dado: mandan con los ojos rayos azules hacia la Cúpula de Cristal. Esa es la energía que abastece al edificio. No todos les agradecen: otros los maldicen con rayos rojos que salen de sus bocas. Pero al contrario de lo que cabría esperar, esto da más poder a los Worbut.
Ellos sí que están tranquilos, siempre tranquilos. Todos, menos Rembran. Hace varias Lunas que le cuesta dormir. No es que su cama sea incomoda. Claro que no, comodidad no le falta. Tiene un dolor, un nuevo dolor que en nada se parece a los sufridos a lo largo de su vida. Una vida no demasiado larga.
—¿Qué te pasa, Remblan?
—No sé, nada tiene sentido. Está todo mal.
—¿A qué te refieres?
—Pues eso, a los de arriba, a los de abajo. A nosotros. ¿Qué hacemos nosotros? ¿Para qué estamos aquí?
—Estamos tranquilos.
—Yo no estoy tranquilo. No lo quiero estar. Estoy aburrido. Esta historia es siempre la misma. Todos los días lo mismo. Estoy harto de fingir y mentir y de complacer.
—¿A qué te refieres?
—Ya sabes a lo que me refiero. Mentimos a los Twinguis y complacemos a los Pórsores.
—Así estamos tranquilos.
—Sí, ya sé. Eso parece, pero todo lo que hacemos lo hacemos por miedo. Esta puta careta oculta ese miedo. ¿No estás cansada de llevarla tú también?
—No quiero hablar más contigo.
—Está bien. Ve a estar tranquila. Adiós.
Remblan siguió pensando. A eso dedicaba las noches hasta que al fin se dormía, sobre las cuatro de la madrugada, casi sin darse cuenta. No sabía qué hacer para calmar ese dolor. ¿Quitarse del medio? No, eso no cambia nada –concluyó.
—Mira los Twinguis. ¿De qué ríen? Si no les deben quedar fuerzas para nada ya a estas horas de la tarde.
—Nosotros también reímos.
—Sí, pero no de esa manera.
A los tres días se decidió. Esa mañana no se puso la máscara, cambió el traje por una camiseta y un pantalón corto, y bajó a la llanura. Pasaba desapercibido entre los Twinguis. Se unió a un grupo de agricultores que lo aceptó enseguida. Ni siquiera le preguntaron de donde venía, quienes eran sus padres… Confiaban en los demás Twinguis. También rió.
Un compañero Worbut lo vio volver sin su disfraz desde la llanura:
—¿Bajaste? Estás loco.
—Si estuviera loco seguiría tranquilo —dijo apartando la mirada, mientras seguía caminando.
…
—¿Y qué piensas hacer? —escuchó a sus espaldas.
Remblan dio medio giro sobre sí mismo, y sin pensarlo dos veces: —irme de aquí. Iré a la llanura con el traje y la máscara puestos. Me los quitaré una vez esté abajo. Así verán lo que somos en realidad.
—No puedes hacer eso.
—¿Por qué no? ¿Quién me lo impide? ¿Los Pórsores? No me dan miedo esos bichos. Y los Twinguis son demasiado benévolos como para temer un castigo por parte de ellos. Los que me odian me perdonarán. Lo sé.
—No puedes hacer eso.
—Verás que sí. Los Twinguis verán la verdad, verán que somos lo mismo que ellos. La Cúpula perderá el poder y los Pórsores, la fuerza.
—¿Por qué vamos a perder el poder?
—Porque el poder que tenéis no viene de vosotros mismos, viene de los Twinguis. Y dejarán de mandároslo con esas luces rojas o azules cuando vean que en realidad somos de su especie. Ni os admiraran, ni os respetaran, ni os odiaran. Trabajarán sólo para ellos. Y vosotros también trabajareis si queréis vivir.