Pedir ayuda no es una muestra de debilidad. De hecho, es el querer aparentar fortaleza lo que sí que me daña.
17 de Febrero de 2023. Khao Shok, Tailandia.
Ya ni recordaba lo que era el aire acondicionado tras los 18 días que pasé en la recóndita isla de Koh Tao, (o Isla Tortuga si lo traducimos del tailandés), donde dormía acariciado por las corrientes del aire y arropado por el ruido de la naturaleza. Aquella noche me desperté con la nariz taponada y la tez de la cara fría, debido al ya mencinado aire acondicionado. El resto de mi cuerpo descansaba caliente debajo del edredón. El silencio reinaba con tal dominio que parecía increíble que hubiera otros 15 viajeros en la misma habitación, descansando al igual que yo, tumbados en las camas de las literas.
Intenté volver a dormir, pero mi vejiga llena me lo impidió. A toda prisa salí del edredón y enfilé la escalerilla para bajar de la litera y dirigirme al baño. Cuando fui a poner el pie en el primer peldaño, sorpresa, ahí no estaba, y caí a plomo al suelo, con el cuerpo inclinado unos 36 grados sobre mi vertical. El golpe hizo vibrar hasta el puñetero aparato del aire acondicionado.
Me levanté del suelo lo más rápido que pude y salí corriendo de la habitación. ¡Con el ruido que hice debí de despertar a más de un compañero viajero! No quería que nadie viese que me había caído, prefería que la gente pensase que un helicóptero se había estrellado en la moqueta. Por fin evacuando la vejiga fui consciente de que me había hecho daño en el coxis y el tobillo.
Esta anécdota me ha recordado a algo que últimamente me ronda la cabeza: el hecho de pedir ayuda. No puedo evitar asociar el pedir ayuda como acto de debilidad en mi cabeza, y estoy seguro que a más de uno que esté leyendo esto le pasará lo mismo. Mi ego me pone la zancadilla y yo me caigo una y otra vez, y encima se ríe de mi cuando estoy en el suelo.
Pedir ayuda no es una muestra de debilidad. De hecho, es el querer aparentar fortaleza lo que sí que me daña. Es muy fácil seguir haciendo lo que he hecho toda mi vida: levantarme dolorido y decir que estoy bien. Empero, el paso duro y fuerte, el que deja huella y me hace estar bien conmigo mismo y con mi entorno, es el más simple. Ser sincero, con lo que me ha pasado y con cómo me siento. Me he caído, me he hecho daño.