Éste último verano viví dos meses en Eslovenia, en un voluntariado llamado Park Istra. Creo el impacto que estos dos meses tuvieron en mí fue enorme porque viví toda mi estancia como un aprendizaje constante. Sé que son clichés aquello de que viajar te transforma o te ayuda a encontrarte a ti mismo y obviamente en dos meses no me encontré. Pero lo que sí que es cierto es que Park Istra, y muchas de las personitas que formaron parte de aquel proyecto, plantaron varias semillas en mí que en los últimos meses no han dejado de crecer. Y hoy me encuentro en la necesidad de dejarlo como escrito, no tanto por vosotros (que también), pero sobretodo por mí, porque siento que es el momento de mirar atrás y agradecer todos aquellas chispas que acabarían convirtiéndose en llamas.

No me centraré en este artículo en anécdotas específicas de mi estancia (seguramente acabe contándolas en otros posts) ya que hoy prefiero hablar de la experiencia en general. Antes eso sí, quizá necesitáis cierta información para entender el contexto mejor.

Contexto

Éramos trece voluntarios viviendo juntos en la misma casa, en lo alto de una pequeña colina del diminuto pueblo de Kastelec, Eslovenia, todos de edades más o menos similares, veinteañeros. El voluntariado consistía en trabajos distintos cada día, con el objetivo de ayudar a comunidades locales con proyectos sostenibles. Ayudábamos a granjeros que no se podían permitir trabajadores, paseábamos perros, desbrozábamos, limpiábamos apartamentos, recogíamos basura de la playa, vaciábamos senderos de piedras, vigilábamos bebés cisne para que no los robaran (aparentemente los intentaban vender en el mercado negro)… Cinco horas al día, cinco días a la semana. Lo que nos dejaba mucho tiempo libre para conocernos unos a otros y explorar bien la zona.

Simone y dos de los perros que paseamos

Lo que Park Istra me dio

Como ya he dicho antes, en este artículo hablo de souvenirs intangibles y abstractos. Más que todos los increíblemente bellos paisajes que vi o las anécdotas que pueda contar (que también me acompañan en mi corazón, por supuesto), esto se trata de lo que esta experiencia me aportó personal y espiritualmente, que a día de aún moldean mi día a día.

Es imposible cuantificar por ejemplo el valor que tienen todas las conversaciones que mantuve con Adri (sí, el mismo Adri que la semana pasada publicó Oda al agradecimiento), en las que me hablaba conceptos espirituales aún muy desconocidos para mí y en las que compartía su experiencia personal. Yo, que aunque por aquel entonces ya había leído libros como Siddhartha, El poder del ahora o El monje que vendió su Ferrari pero aún era incapaz de sentarme a meditar, empecé con este maravilloso hábito gracias a él. Teniendo en cuenta lo mucho que esta práctica me ha ayudado hasta ahora, siempre le estaré agradecido por haberme acercado a ella.

El bueno de Adri leyendo, tranquilo

Javi fue otra de las personas de las que más aprendí, y no de un modo directo como hacía con Adri a través de nuestras charlas. Al argentino bastaba con observarlo un rato para aprender valiosas lecciones. Tenía una ética de trabajo impresionante y emanaba una paz y tranquilidad increíbles. No sé cómo explicarlo, era como si supiera lo que merecía su energía y lo que no a la perfección, como si estuviera haciendo lo que tenía que hacer en todo momento. Lo veías sentado en uno de los bancos, tocando su guitarra y con las montañas como telón, y parecía que aquel banco hubiera sido diseñado con la única función de participar en aquel preciso instante. Era alguien con quién tu silencio hacía eco, y esto lo digo en el mejor de los sentidos.

«Yo creo que la clave es encontrar algo con lo que poder ser creativo en tus ratos libres, en mi caso, la guitarra», me dijo una vez. «Yo con poder tocar cada día ya soy feliz.»

Aspiraba (y aún lo hago) a vivir así, en aquella aparente simplicidad.

Petra, nuestra líder de proyecto, fue otro pilar fundamental de este viaje. Cuando no trabajábamos, como host se esforzaba mucho para crear una experiencia comunitaria única para nosotros: nos daba talleres, proponía actividades con las que integrarnos y, nos formaba en desarrollo personal. Fue ella la que me habló por primera vez del Ikigai, del que hace poco escribí un artículo. También fue ella la que, en una de las sesiones de terapia grupal, dijo una frase que me acompañará toda la vida: Eres el único responsable de tus emociones. Ojo, que esto es muy heavy, eh. Empezar a entender como uno ha pasado la mayor parte de su vida echando balones fuera no fue sencillo, pero sí revelador. Y una de las semillitas de las que hablaba, que con paciencia y riego ha dado frutos.

Algunos de nosotros en un taller de Petra

De Park Istra también me llevo aquellos maravillosos sharing circles (también idea de Petra), en los que nos sentábamos a escuchar lo que los demás tenían que decir, sin juzgar, sin comentar, sin participar. Solo escuchar. Yo, que me mostraba un poco reticente a que aquello fuera a funcionar, aluciné con el resultado (igual debería de dejar mi reticencia atrás ya de una vez por todas, ya que la vida no deja de callarme la boca). Gente abriéndose de una manera increíble, una energía grupal desbordante. Dios, ¡aún lo puedo sentir! ¡Qué intensidad! La primera vez que lo hicimos apenas llevábamos una semana allí, y ya conocíamos algunos de los traumas y cavilaciones más profundos de nuestros compañeros (y aún no me sabía ni sus apellidos). Lo que salió de allí, solo nosotros lo sabemos, pero qué maravilla, qué conexiones más bonitas se formaron.

Pero lo que más me maravilló y con lo que me gustaría acabar el artículo, es con el valor del trabajo. Seguramente es por culpa de esta sociedad capitalista, pero en los últimos tres años he desarrollado una ligera obsesión con la productividad. Tenía que entrenar cada día, ver tal o cuál película de culto, leer aquel libro tan bueno para tener más conocimiento o ponerme a escribir. Sentir que no estaba malgastando mi juventud procastiando. Y me perdí en todo aquello.

En Park Istra realizaba casi diariamente trabajos puramente físicos como labrar la tierra, construir casas, arreglar carreteras… Tareas que requerían mucho esfuerzo y después de las cuales estaba muy cansado. Aquello era nuevo para mí. Había tenido trabajos a media jornada, pero no en los que tuviera que sudar tanto. Pensaba que aquello sería la parte dura de mi experiencia, pero lo cierto es que empezó a reconfortarme ver el impacto que podíamos llegar a tener. Cuando volvíamos a casa después de una mañana de trabajo, podía pasarme toda la tarde sin hacer nada y no me sentía culpable. Total, aquel día ya había cumplido. Todo aquello era completamente inédito para mí. ¿Sentía quizá por primera vez la realización?

Meses después, mientras leía a Karl Marx, acabé de comprenderlo. En Park Istra descubrí lo que era el trabajo. Y con ello me refiero a la concepción tradicional del mismo; el físico, un proceso entre el hombre y la naturaleza que le rodea. Cuando arreglaba una carretera o labraba la tierra, ponía en movimiento fuerzas de la naturaleza que pertenecen a mi corporeidad, a mis brazos y piernas. Al hacerlo transformaba la naturaleza que me rodeaba. Donde antes había grietas en el suelo, ahora había asfalto. Pero ojo, que aquí viene lo gordo: Marx dice que cuando transformas la naturaleza exterior, transformas a la vez tu propia naturaleza. Desarrollas las potencias que dormitan en ella y empiezas a dominar a la misma.

Todo esto me hizo darme cuenta de una de las cosas a las que querría dedicar mi vida, si no ahora, en un futuro no tan lejano. Algún día haré lo que Petra y Janez hicieron por mí: tener un proyecto donde acoger a viajeros en busca de respuestas, intentando mejorar el mundo a nuestra manera, tal y como hicieron ellos conmigo. Teniendo un impacto real y viendo resultados.

Park Istra accionó varios botones, y ahora, meses después me doy cuenta de los resultados. Soy el primero al que le da un poco de vergüenza ajena escuchar eso de «viajo para conocerme a mí mismo» o «aquel viaje cambió mi vida», pero ¿qué hago si es la verdad?

Sé que probablemente éste no es el típico artículo de viajes, y prometo que en las próximas semanas seguiré contando historias emocionantes o interesantes que me han sucedido, pero hoy me apetecía hablar de esto. Si has llegado hasta aquí, te doy las gracias por leerme, no sabes lo mucho que significa para mí. Un abrazo enorme.

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