Hay ciudades que no pueden estarse quietas ni por un minuto. Siguen alterando su estructura urbana y su personalidad pero manteniendo su identidad inalterada. Esto no sucede con todas. Algunas ciudades, para preservar la totalidad de su identidad, necesitan quedarse absolutamente quietas. Barcelona se mueve. Venecia se queda quieta. La Havana se mueve. Viena se queda quieta. Berlin se mueve. Y Palermo también. Esta ciudad no se deja de mover.

Roberto Alajmo

El escritor español Javier Reverte decía en su «Suite Italiana» que todo está en Palermo. Y sin Palermo no se puede explicar Sicilia. E Italia no puede entenderse sin Sicilia, porque la isla es la clave de todo el país, como bien señaló Goethe. Reverte incluso se aventuró a decir que, en cierto modo, quien no ha estado en esta tierra del mezzogiorno no conoce el mundo.

Así que allí estábamos nosotros, trece voluntarios de toda Europa, intentando conocer el mundo a través de Palermo, y por extensión, a nosotros mismos. Citando a John Julius Norwich, Sicilia es un enigma para los viajeros. Palermo es la máxima representación de ello, y sin guía ni dirección decidimos intentar conocerla a nuestra manera.

Del mismo modo que nos preguntábamos cómo era posible que esta ciudad albergara iglesias medievales, palacios barrocos y arcos árabes a escasos metros unos de otros, nos preguntábamos qué teníamos que hacer todos juntos, qué hacíamos exactamente en aquella hermosa amalgama de culturas.

Nos esperaba entonces una difícil tarea, la de intentar comprender un laberinto cultural de tal magnitud. El escritor siciliano Roberto Alajmo comenta que «como una cebolla, se pueden pelar las innumerables capas de Palermo sin llegar nunca a su verdadero núcleo. Y a medida que la pelas, te hace llorar» Y así es, porque no todos consiguieron sobrevivir a la ciudad.

Nos enfrentamos a Palermo lo mejor que pudimos y salimos indemnes pero no ilesos. Para algunos fue emocionante y vibrante, para otros abrumadora y amenazadora, para la mayoría ambas a la vez.

Si metes a un grupo de jóvenes semidesconocidos en una ciudad de pecado y caos como Palermo, el resultado es, como mínimo, explosivo. Citando de nuevo a Alajmo, «sin pasión es imposible vivir en Palermo». Se necesita pasión y perversión a partes iguales».

Esa perversión se entiende en lugares como las catacumbas, terroríficas y fascinantes a la vez, que hicieron preguntarse a varios miembros del equipo sobre la morbosa relación de la ciudad con la muerte. Aquí no sólo se recuerda a los muertos, sino que se les celebra.

La pasión por esta ciudad, en cambio, es fácil de encontrar en cada esquina. Sin temor a caer en tópicos manidos, puedo afirmar sin temor a equivocarme que Palermo es una ciudad en la que perderse no es una opción, sino una necesidad. Sus calles rezuman historias y sus gentes están deseando contárselas a quienes les hagan las preguntas adecuadas. Esos narradores son principalmente artistas, por supuesto, ya que su mayor obra de arte es su vida.

Con sus calles estrechas y balcones modernistas que me recordaron a Barcelona y su caos bellamente organizado con ecos de Nápoles, Palermo tiene una belleza clásica, una dignidad soberana que es y ha sido hogar de cientos de culturas. Va más allá de los cánones convencionales por los que se clasifican las ciudades y eso es lo que la eleva.

Nos sentimos frustrados intentando estructurar nuestra exploración de la ciudad sin comprender que Palermo tenía otros planes para nosotros. Sí, fuimos a los museos más relevantes, a las calles más concurridas o a los monumentos más espectaculares, pero creo que la clave para entender la ciudad no reside en esos lugares. Palermo es gente gritando en el mercado, que quiere venderte cosas, quizá un mechero o quizá su alma; Palermo son coches o motos que están a punto de atropellarte quince veces al día, es interactuar con los lugareños en un italiano chapurreado, es música callejera y comida callejera, el olor a suciedad, esa que se te pega en la ropa, que te ofrezcan droga en el centro, es movimiento, ruido, pasión y caos. Y también es naturaleza. Es mar, montaña, pájaros, belleza absoluta y romanticismo.

Va mucho más allá de una simple clasificación positiva o negativa. Palermo es una contradicción en sí misma: como encontrarse con un viejo amigo que saca lo peor de ti, afirmó una compañera. Ambivalente; uno se siente como en casa pero no ve la hora de salir de aquí. Tráfico caótico y conductores furiosos coexistiendo con apacibles vistas de las montañas al final de Via Roma. Calles sucias y casas descuidadas, perros abandonados y gente sin hogar en la misma foto Polaroid en la que se pueden encontrar obras maestras arquitectónicas de una época gloriosa.

Deambulamos por sus calles en un intento de resolver el enigma que supone la ciudad. Dictar el éxito de nuestro trabajo y tiempo es otro enigma que acompaña a esta ciudad mercurial que, para bien o para mal, te atrapa y te hace gravitar a su alrededor.



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