Estábamos dando un paseo por el vecindario. Era una zona de huerta. Mi prima, mi hermano y yo, acompañados de nuestra nueva amiga y su madre. Venía con nosotros también un perro, que no recuerdo de quien era. Pasábamos al lado de un campo que parecía estar en barbecho, pues solo se veían lo que llaman “malas hierbas”. El perro entró en el terreno y se puso a correr como un loco para allá y para acá. Nosotros lo seguíamos y corríamos con él para avivar su alegría. Se convirtió en el juego del pilla-pilla, pues el perro es lo que hacía: escapar de nosotros. Nos vacilaba y nos divertía ver la astucia del perro. No había manera de alcanzarlo. Nuestra amiga y su madre miraban desde el camino. Apareció un señor mayor, al que no vimos venir y, al lado de ellas, nos gritó: <<¿! qué hacéis!? ¿No veis que está plantado? Salid de ahí>>. Nos asustamos, se apagaron nuestras sonrisas y salimos del terreno. Me tranquilicé al descubrir que no era el dueño del cultivo y le dije que pensábamos que no estaba plantado. –¿Qué hay plantado? –Alfalfa –contestó él. Lo dudé un momento y, tratando de creerle, pensé: pues poca ha crecido si hay alfalfa ahí.

Cambió su tono de enfado para preguntarle a la madre de mi amiga que donde vivía. A nosotros, que habíamos crecido allí, nos pareció la pregunta más normal del mundo, pero observé que ella ponía cara de preocupación. No contestaba y acabó por responder mi prima. Vive en el Carril de los Caballos, en la casa blanca que han hecho nueva. –Ah, ya –dijo el señor. Entonces se presentó y dijo donde vivía él. Añadió alguna frase amistosa y se marchó. Cuando se alejó lo suficiente para no oír, la madre de nuestra amiga nos dijo, con todo de seriedad y bajito: ¿pero vosotros para qué le decís dónde vivo? Nos quedamos un momento callados. Yo pensaba: <<¿a esta tía que le pasa? ¿es una buscada por la justicia y por eso le preocupa que sepan quién es y donde vive? >>. Mi hermano y mi prima, debían estar pensando algo parecido, no sé, pero tenían caras de desconcierto.

Al tiempo que caminábamos de camino a su casa exponía sus miedos: no podéis decir dónde vivo, porque ¿y si es un ladrón? ¿O una mala persona? Y nos vigila, estudia nuestros pasos para entrar en casa cuando no estemos. Entonces pensé que no escapaba de la justicia, que lo que le pasaba es que no había vivido nunca en un sitio así: un pueblito donde todos se conocen y es habitual preguntar sin discreción ese tipo de cosas. Desde siempre a mí me habían preguntado: ¿tú de quién eres? No me gustaba esa forma de formular la pregunta, porque no me consideraba propiedad de nadie, pero bueno, sabía a qué se referían. Mi prima contestó algo así: <<no pasa nada, aquí es normal, nos conocemos todos>>. Aunque no me pareció que terminara de relajarse con ese argumento tan cierto.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *