Fuente principal: «The mice that roared», ensayo escrito por Stefan Hedlund

Como bien apunta Stefan Hedlund, no sucede a menudo que se pueda señalar a un evento específico en la historia como el orígen de un mayor proceso de cambio a nivel social y político. El caso que del que hoy hablaré es especial pues precisamente se trata de una de esas pocas excepciones.

Ecologismo como canalizador

En 1987, el popular programa de televisión estonio de naturaleza llamado Panda, retransimitó un reportaje sobre una compañía que producía fertilizante mineral desde los años 20 en la ciudad de Maardu. La propia explotación minera se había asociado a graves daños ecológicos, desde el descenso del nivel de las aguas subterráneas hasta depresiones en forma de zanja en la superficie que hacían imposible una agricultura racional. Las emisiones contaminantes de la planta de enriquecimiento también tuvieron efectos negativos para la población local.

El visionado del programa causó una ola de indignación por parte de la población estonia, que en aquel momento veía como la Unión Soviética obtenía la mitad de todas sus reservas de fósforo de Estonia y cuyo precio a pagar era la devastación del medio ambiente de la región. Eran tiempos de tensiones y aspiraciones nacionalistas, y la población estonia que se sentía insatisfecha con otros aspectos de la vida dentro de la Unón Soviética encontraron en el ecologismo un area donde expresar preocupación y enfado estaba permitido. Letonia y Lituania, por supuesto, no tardaron en seguir sus pasos.

El problema de la etnicidad

Al problema ecologista se le sumaba aquel de la etnicidad: allí donde la URSS creaba industria y destruía el medio ambiente en el proceso, enviaba después a miles y miles de trabajadores rusos que, en regiones tan poco pobladas como los Estados Bálticos, contribuían a la desaparición de sus respectivas identidades. Mientras que en 1939 Estonia tenía una población nativa del 92%, en 1989 esta se redujo al 62%. En el caso de Letonia ésta pasó del 77% en 1939 a poco más de la mitad en 1989 con un porcentaje de 52,5% de población nativa y un gran porcentaje de población rusa, siendo aún a día de hoy muy presente en el país (lo que abre un interesante debate teniendo en cuenta la extrema occidentalización que ha vivido el país en las últimas dos décadas con la adhesión a NATO y UE en un país en el que la mentalidad rusa está aún muy presente). Lituania fue la única que aumentó su porcentaje de población nativa del 76% en el 1939 al 81% en 1989.

Estos dos aspectos reavivaron las identidades nacionales de los estados bálticos que temían que éstas fueran socavadas por el autoritario imperio soviético. Se movilizaron de forma pacífica pero contundente, siendo un claro ejemplo de ello el 11 de Septiembre de 1988 cuando 300.000 estonios (esto es, un tercio de la población total) se manifestaron en Tallin y cantaron himnos nacionales (anda que no mola conseguir tu independencia a través de la música). El resto es historia y en cuanto hubo la más mínima ventana de oportunidad los Balts (así es como se les conoce) consiguieron su independencia.

300.000 personas cantando en pos de la independencia de Estonia

La estrategia paciente de los Bálticos y factores que contribuyeron

Resulta fasciante su historia pues se trata de naciones que pese a haber sido ocupadas en incontables ocasiones por grandes imperios (ya solo en el siglo 20 formaron parte de la Alemania Nazi entre el 1941 y el 1944 y de la Unión Soviética dos veces, habiendo tenido tan solo 22 años de soberanía entre 1918 y 1940), han mostrado un acercamiento político paciente, sensato y, a fin de cuentas, bien ejecutado.

No se puede presuponer la inevitabilidad de la adquisición de su independencia, sobretodo cuando ninguno de los poderes occidentales les apoyaba para no querer torcer las florecientes relaciones con la Unión Soviética después de la Guerra Fría. Si se dio, fue por una serie de factores como la implementación de la perestroika de Gorbachev, la resistencia de éste a aplicar la ley marcial y por la ya mencionada movilización de la población báltica, que sucedió en el momento perfecto, pues un poco antes hubiera sido aplacada y un poco más tarde no hubiera contribuido a la desestabilización de la Unión Soviética.

Otro de los grandes hitos pacíficos de los Estados Bálticos fue la Via Báltica, una cadena humana que iba desde Tallin hasta Vilnus. Sucedió en 1989 y en ésta más de dos millones de personas se cogieron de las manos al mismo tiempo en una muestra de solidaridad entre los Estados Bálticos.

El futuro de Estonia, Letonia y Lituania en el panorama político actual

Una vez analizada su historia y teniendo en cuenta la situación geopolítica actual, uno se puede preguntar qué es lo que ha diferenciado a los Estados Bálticos de otras regiones exsoviéticas como Ucrania, Belorrusia o Georgia, que aún siguen bajo la sombra del poder de Rusia y las cuáles han sido localizaciones de conflicto en el siglo XXI. La respuesta a ésta pregunta es compleja, aunque destacaría dos puntos: el primero, la rápida annexación a los órganos occidentales como la UE; el segundo, el hecho de que los Balts, histórica y culturalmente y debido a su posición geográfica, siempre fueron las regiones más occidentalizadas de la Unión Soviética. Era una mentalidad aceptada en la URSS que los Balts son diferentes.

Éste último punto arroja optimismo ante la situación actual, pues pese a que Putin los ha mencionado como posibles futuros objetivos, no parece una tarea sencilla de aconseguir ni inteligente de intentar, al menos hoy por hoy. Sólo el tiempo dirá como se dibuja el futuro de éstas pequeñas tres naciones, las cuáles sirven de inspiración para multitud de regiones en busca de soberanía por su resistencia pacífica y protección de su identidad cultural.



Para la escritura de éste artículo he obtenido la mayoría de la información del conjunto de ensayos titulado "Understanding the Baltic States: Estonia, Latvia and Lithuania since 1991", el cuál os recomiendo encarecidamente y podéis comprar haciendo click aquí.

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