Llevaba tiempo queriendo volver a ver «La peor persona del mundo», pues el recuerdo del primer visionado aún hace ecos en mi cabeza cuando converso sobre cine y sale el nombre de Joachim Trier. Hoy, buscando algo para ver después de una larga jornada de trabajo, hacía scroll en mi lista de Mubi y ahí, al final de la misma, me encontré con la última película de Trier. Había estado esperando el momento perfecto para revisionarla y en aquel momento acepté que aquel momento era tan bueno como cualquier otro y que por qué postergarlo más.

La película me pareció aún mejor que la primera vez que la vi (hará cosa de dos años) y estoy convencido que la próxima vez que la vea, probablemente de aquí a otros tantos años, me parecerá aún mejor, o cuánto menos distinta. Más que nada porque «La peor persona del mundo» habla de una etapa vital que aún se presenta ignota para mí, y cuyas características solo puedo intuir. Sí, ciertos sentimientos son universales, pero esta cinta va más allá. Habla de hacerte adulto y de encontrar tu sitio en el mundo, tanto a nivel vocacional como sentimental. Cuando la acabé, sentí en mí una profunda tristeza que no lograba comprender. Analizándolo creo que empiezo a vislumbrar el orígen de ella.

«La peor persona del mundo» está ambientada en Oslo

Al principio de la cinta, en el prólogo de la misma de hecho (pues tiene una estructura capitular), vemos como su protagonista explora diferentes vocaciones. Me he dado cuenta que la parte con la que me identifico más es esa. Esa que dura unos cinco minutos y es solo el principio de la historia. A partir de ahí vemos a la protagonista navegar el mundo de la adultez y bueno, la realidad se presenta como agridulce. Estoy convencido que la etapa vital descrita del prólogo tenía miles de matices relevantes, pero no deja de suponer un contexto. Un punto de partida. El mismo en el que me encuentro yo.

Supongo que me he ha hecho pensar en lo largo que es el camino que me queda recorrer y en la multitud de caminos e intereses que tengo delante, y que quizá no pueda conseguir todo. Quizá deba centrarme en un único proyecto de momento, como puede ser esta web. Dedicarme al cien por cien y ser impecable en ello. No sé hasta que punto me he cansado de ser aprendiz de mucho y maestro de nada, pues me encanta ser aprendiz y de ese modo voy acercándome a muchos objetivos al mismo tiempo.

Esta cadena de pensamientos la ha provocado solo el prólogo de la película, para que os hagáis una idea. Por eso digo que el resto de la misma es una película para que mi futuro yo revisione y estudie, pues cada capítulo, incluso los más breves, representan etapas de vida y cuestiones interesantísimas sobre la condición humana. La brillantez de Trier radica en saber comprimir sentimientos y experiencias tan importantes en escenas costumbristas. Además, añade secuencias en las que juega con el concepto de ensoñación a través de un storytelling único como en la que se para el tiempo, lo que eleva «La peor persona del mundo» un escalón más.

La cinta ha despertado reflexiones en mí sobre relaciones pasadas o sobre la paternidad, principalmente gracias a que la magnitud y complejidad de las relaciones descritas en la historia de Trier son mayúsculas. Si la cinta funciona tanto es porque sabe evocar sentimientos universales desde experiencias únicas, que al fin y al cabo, no son tan únicas, pues imagino que me tocará vivir algunas de ellas a lo largo de mi adultez.

Lo que intento decir es que «La peor persona del mundo» es una obra de arte única que reflexiona sobre lo que somos a través de otros. Sobre lo que significa amar y ser amado. Éste es el viaje de una mujer en busca de su lugar en la sociedad y cuya historia me ha hecho replantearme la mía.



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