High Fidelity es un caso poco común: una adaptación que no solo respeta el material original, sino que lo reinventa con inteligencia, sensibilidad y una gran dosis de carisma. La historia nació como novela en 1995, escrita por el británico Nick Hornby. Su protagonista, Rob Fleming, es el típico treintañero emocionalmente atascado, obsesionado con la música, con las listas y con evitar cualquier tipo de compromiso. Vive en Londres, regenta una tienda de discos y un día su novia lo deja. A partir de ahí, empieza un recorrido entre lo melancólico y lo patético: decide contactar con sus ex para entender qué falló, como si su historia sentimental fuera una playlist mal ordenada.
Lo que de verdad importa es lo que te gusta, no lo que eres… Libros, discos, películas… esas cosas importan. Llámame superficial, pero es la puta verdad.
cita de «High Fidelity»
Cinco años después, John Cusack protagonizó y coescribió la versión cinematográfica, dirigida por Stephen Frears. En este caso, el escenario se trasladaba de Londres a Chicago —hogar de John Hughes, Shameless, The Bear— y aunque ese cambio podría parecer superficial, tenía sentido en lo estético y lo cultural. La película fue un éxito: divertida, autorreferencial, cargada de cultura pop y con una banda sonora impecable. Y aunque Cusack puede parecer algo insulso por momentos, estaba bien acompañado por un reparto coral que incluía a Jack Black, Catherine Zeta-Jones, Joan Cusack, Tim Robbins y Lisa Bonet.

Pero lo interesante llegó dos décadas más tarde, con la adaptación en formato serie de Hulu, protagonizada por Zoë Kravitz. Esta High Fidelity no solo cambia el formato, sino el enfoque. Rob ya no es un hombre blanco neurótico, sino una mujer birracial, queer y neoyorquina. Y eso transforma por completo la historia sin alterar su esencia.
Un nuevo contexto, una nueva mirada
El primer gran acierto es ese cambio de perspectiva. Kravitz es carisma puro, y su interpretación eleva a Rob a un nuevo nivel. Donde el personaje de Cusack se refugiaba en la ironía y en la autocompasión, el de Kravitz explora el deseo, la frustración y la vulnerabilidad con una energía más genuina y contemporánea. Además, el elenco que la rodea está a la altura: Cherise, una mujer negra con una personalidad arrolladora, y Simon, exnovio de Rob y ahora su amigo gay, funcionan como un coro perfecto para equilibrar drama, comedia y crítica cultural.
Lo interesante es que esta diversidad no se siente impostada ni responde a una cuota. Al contrario: es natural, orgánica, inevitable. Ambientar la historia en Brooklyn y seguir hablando de música, amor y pertenencia sin ampliar las voces habría sido una oportunidad perdida. High Fidelity (2020) demuestra que se puede rehacer algo sin convertirlo en un producto blando o superficial. Aquí no hay nostalgia hueca ni remake oportunista: hay una relectura honesta.
Lo que funciona (y por qué)
La serie recoge los elementos icónicos de la película y la novela —las listas, la ruptura de la cuarta pared, la música como hilo narrativo— y los actualiza con frescura. Rob ya no hace mixtapes, hace playlists de Spotify. Las referencias siguen ahí, pero se amplían. La tienda de discos es ahora un lugar donde conviven lo vintage y lo digital, donde la música sigue siendo el lenguaje de los que no saben expresar sus emociones con palabras.
Uno de los puntos más brillantes es el equilibrio entre homenaje y autonomía. La serie no necesita despegarse violentamente de sus predecesoras para tener personalidad, pero tampoco se apoya ciegamente en ellas. Cambia tramas, invierte roles, altera dinámicas. Y casi siempre sale ganando. Es una adaptación que entiende que actualizar no es maquillar, sino preguntarse qué dice una historia —y qué puede seguir diciendo— cuando cambia el cuerpo desde el que se cuenta.
¿Por qué importa esta adaptación?
En una época saturada de adaptaciones perezosas, High Fidelity (2020) se arriesga a hacer lo que casi nadie quiere: repensar el contenido. Lo que podría haber sido una serie más sobre rupturas y vinilos se convierte, gracias a su tono y a sus decisiones creativas, en un espejo generacional que habla de amor, identidad, soledad, y de cómo el arte nos permite, a veces, sobrevivir a nosotros mismos.
Ya sea por su reparto, por su ritmo, por su capacidad para decir mucho sin necesidad de explicar todo, o por su respeto hacia los personajes originales, esta High Fidelity es una rara avis. Un remake que no sobra. Una adaptación que suma. Y una serie que, aunque haya sido injustamente cancelada, deja huella.