No sé porqué tanto revuelo por haber quedado con un chico. Ni siquiera es una cita. ¿O sí lo es? ¿Pasaría algo si fuera una cita? ¿Pero qué estoy diciendo? No debería preocuparme, ni siquiera sé si Will es gay. ¿Soy yo gay? Hombre, con 21 debería ir ya sabiendo lo que me gusta y lo que no. He probado cosas, pero siempre ha sido algo que no contaba a los demás. No es un secreto, pero nunca he hablado de mí vida privada. No pongo etiquetas. 

La primera vez que me gustó un chico estaba en una terraza, tomando un café. Entonces un chaval americano alto, esbelto, guapo y de ojos avellana me preguntó si podía sentarse. A balbuceos le dije que por mí no había problema. Y entonces estuvimos hablando durante horas. Yo hablaba de mis aficiones, la magia, el arte… Y él me hablaba de su iglesia…  Se me olvidaba mencionarlo, era Mormón. Yo insistía en Miguel Ángel, las meninas y la bauhaus, mientras él enumeraba a sus esposas y se me partía el corazón. Me regaló un ejemplar de “El libro de Mormón” y le pedí que me lo firmara. Si no fuera porqué morder almohadas está castigado en la Iglesia Mormona, tal vez Phil y yo hubiéramos tenido algo bonito.

Sin embargo, me estoy comiendo la cabeza por un tema que nunca me ha preocupado, y además, tampoco sé si Will se presentará esta tarde. El día que le invité a venir, al llegar a casa le envié la dirección del local y la hora. Desde entonces no hemos vuelto a hablar del tema. Es probable que no venga. 

Sí. Eso es. Autoboicotéate, cara culo.

Esta vez, ni llueve, ni voy tarde. Todo un logro por mi parte, aunque no ha sido a propósito. Estaba en casa, enfrascado en una batalla naval con unos bocetos a carboncillo que no deberían de llevarme más de cuarenta minutos, y sin embargo llevaba ya dos horas con el mismo dibujo y he acabado a punto de pegarme un tiro en las pelotas. Entonces me he duchado y vestido con ropa limpia. He salido con tiempo por pura casualidad, a ver si el aire fresco me ayudaba a despejarme y no pensar en esos malditos bocetos. 

– Pues últimamente le he estado dando vueltas a esta rutina, no mata, pero creo que para ir entrando en calor funciona. ¿Te la enseño? ¿Lucas? Tierra llamando a Lucas.

– Eh sí, sí, perdona. ¿Qué decías?

– Estoy trabajando en… mira, mejor te lo enseño.

Roy y yo estamos charlando antes de su show, a las afueras del garito donde actúa. Una escuela de magia que hace las veces de teatro que acoge a jóvenes promesas. Normalmente estoy super atento a todo lo que dice Roy, porqué siempre es interesante, pero ahora mismo miro a un lado y a otro de la calle, esperando que Will aparezca. 

– ¿Estás aquí? ¿Te lo enseño?

– Sí, dale. 

Roy saca tres monedas, una de plata, otra de cobre y una china. Me las da, para que pueda examinarlas. Se las devuelvo y lanza al aire la de plata, al llegar a su mano es de cobre, ahora las junta y hay dos de cobre y una china. Enfoco la mirada, con atención, y veo que con un sutil gesto, parecido a la caricia de un primer amor, la china cambia a otra de cobre. Mis ojos se entrecerraron, tratando de captar cada movimiento, pero era cómo intentar atrapar la sombra de un sueño. La plata se convirtió en cobre, el cobre en plata, y la china desapareció para dar paso a otra moneda de cobre. Su destreza, tan sutil cómo elegante, parecía un baile de mariposas en el aire. ¿Cómo podía engañar así a mis ojos? El mago juntó sus manos, agitando las monedas con fuerza, como si tuvieran una conversación secreta entre ellas. El tintineo de los metales llenaba el aire, susurrando misterios y encantamientos. Mientras, una sonrisa se dibujaba en el rostro de Roy y fue entonces cuando de repente, el sonido se desvaneció y las monedas callaron. Mis ojos se abrieron de par en par, sorprendidos y confundidos ante el silencio repentino. Mi cara debía de parecer todo un cuadro, incapaz de comprender lo que acababa de presenciar. Roy, con una sonrisa traviesa, rompió el silencio.

– La magia existe en los pequeños gestos, y en el arte de engañar a la mente.

Entonces, Roy abrió sus manos una vez más: en lugar de las tres monedas que había mostrado anteriormente, ahora solo había una moneda, pero no de los metales que esperaba encontrar. Era una moneda tallada a la perfección de madera, con detalles minuciosos. Mis ojos se agrandaron, me pidió que extendiera la mano y colocó la moneda en el centro. Entonces, cerré el puño con fuerza siguiendo sus indicaciones. Roy me miró fijamente, como si leyera mí incredulidad, y su voz casi se perdió en un susurro.

– Sopla. 

Inhalé profundamente y, con un soplido suave pero decidido, dejé que el aliento escapara de mis labios y se dirigiera hacia la palma de mi mano cerrada. El momento siguiente parecía un instante suspendido en el tiempo. Abrí mi mano lentamente, y allí frente a mis ojos atónitos; la de plata, la de cobre y la china. Mis ojos se encontraron con los suyos, y en ese momento, nos empezamos a reír.


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