Todos los días son diferentes y no existen las personas normales
Decían que iba a llover. Me avisaron; mi madre, mi padre, el presentador de noticias con peluquín y botox, el rabillo del ojo al abrir la puerta, el paraguas de la mujer de mal olor del ascensor, la alerta de tiempo en mi teléfono, el repartidor de pizzas con impermeable, el asfalto mojado recuperándose de un catarro, las nubes cargadas cómo ametralladoras, los árboles al silbar, el picor de mi rodilla izquierda, y la lluvia.
Sin embargo, no cogí el paraguas. Para cuando salí de casa no llovía, y apreté los puños y los glúteos con todas mis fuerzas, para que mi deseo de llegar a la facultad sin apenas mojarme se cumpliera.
Es un ritual que mi madre me enseñó de pequeño. Aún estaba aprendiendo a usar el orinal, y mi madre tuvo la brillante idea de colocar chocolatinas bajo el orinal, a modo de premio. Me decía que si apretaba los puños y los glúteos, mi deseo se cumpliría.
No se si acabé de entender el mensaje, porque acababa de empezar el día y estaba enfrente de mi apartamento, con el culo y los puños apretados para intentar evitar la tormenta. Negándome a aceptar que tenía que ir a la facultad, que me iba a mojar y que acabaría siendo un día de mierda.
Tal vez esperaba que alguna nube me cagase alguna chocolatina, pero estoy completamente seguro, de que si pudiera revivir ese día, volvería a dejar el paraguas en casa.
“Hijo mío, ¿pero cómo vas a estudiar bellas artes? Eso puede ser un pasatiempo, una estrategia a la hora de ligar o un motivo para empezar a tomar antidepresivos. Pero no es un trabajo”.
Mi padre es un cachondo. De vez en cuando, en momentos de intimidad, cómo en medio de una comida familiar o en el velatorio de mí tía Asunción, me suelta perlas cómo esta que me animan y me llenan de optimismo.
Tiene razón, ser “artista” no es un trabajo, puede ser un pasatiempo, una estrategia a la hora de ligar o un motivo para empezar a tomar antidepresivos, pero sobre todas esas cosas es un estilo de vida. No negaré a que esto último suena a frase motivacional cómo las que cita mi padre, el “optimista”.
O que se trata tan solo de un sueño idealizado, sobre la figura del artista romántico refugiado en su estudio, creando su obra maestra.
Pero es que lo único que quiero hacer es dibujar. Y el empleo que puede salvarme de la bancarrota y de dormir bajo un puente, es el de ilustrador. Me da absolutamente igual qué clase de dibujos me hagan hacer; yo no tengo ese desdén de artista que solo quiere crear y plasmar su identidad en su obra. Yo quiero dibujar y punto. Y para ello debo comerme todas las otras asignaturas de la carrera que, sinceramente, son un coñazo.
No me mal entendáis, hacer figuritas de barro con un tío en pelotas a escasos 50 centímetros de tu cara es estimulante, pero siendo honestos, es barro, y es una guarrada.
Mierda, Paula me ha llamado y me ha enviado un mensaje. Cómo estoy jugando al veo veo con la lluvia ni me he enterado.
«Oye, ¿dónde estás?»
Qué mensaje más borde. A veces Paula puede ser realmente seca. Voy a enviarle un Gif de un gatito saltando.
«Ja»
No debe de tener un buen día.
«Carreras ha cerrado ya las puertas. Dice que no entra nadie más a clase. Espera en la cafetería.»
Mierda. Tenía clase a primera hora con el cabrón de Carreras. Seguro que disfruta mirando por la ventana cómo corren los alumnos que llegan tarde y suplican que les deje entrar para hacer pollitas de barro. Pues yo no le voy a dar el gusto. Que se joda.
A pesar de todo, llegué a las puertas de la facultad de Bellas Artes completamente seco. Puede que sea una tontería, pero creo que apretar el culo de casa a la uni me salvó de la tormenta.
La facultad de Bellas Artes puede parecer un nombre que precede a un gran edificio Victoriano con frescos en las paredes. Un lugar donde los jóvenes estudiantes dibujan y crean al aire libre, en el gran jardín, presidido por una estatua de algún ilustre artista. Las clases, decoradas con garabatos, pintadas, papeles y manchas conjugan perfectamente con la fachada de ladrillo rojiza.
Pero no. O al menos no mí facultad. “La caja Gris” (así es cómo la llamamos cariñosamente) es un edificio soso, sucio y, evidentemente, gris. No hay jardín, ni frescos en las paredes. No hay nada destacable más allá de la cafetería. Un espacio decorado con un gusto cuestionable, pero acogedor. El café no está tan mal cómo en la facultad de humanidades, y es barato.
Así que allí estaba yo. Con una taza de café de origen desconocido y garabateando apuntes sobre la anatomía masculina. Últimamente he estado estudiando los músculos del muslo. Parecen una malformación mutante una vez los ves, sin carne ni pelo. Están amontonados, uno encima del otro, sin dejarse respirar. Y entre toda esa maraña de tejido, carne y músculo, aparentemente caótica, hay un orden. El principal es el Rectus Femoral, y los vastos Medial y Lateral conforman la silueta básica y reconocible de una pierna humana vista de frente. Normalmente garabateo figuras sin sentido, sin proporciones vitruvianas ni nada demasiado académico. Pero le estoy cogiendo el gusto a –
«¿Me lo prestas?»
«¿Disculpa?»
¿Quién eres? Nunca te había visto antes.
«¿Me lo prestas? El lápiz.»
Señala un lápiz de los muchos que tengo desperdigados por la mesa. Tiene acento. ¿Alemán? ¿Holandés? Que no sea francés, por favor.
«Eh, sí. Claro. Tú mismo»
Coge el lápiz cómo si fuera suyo. Con convicción. ¿Se puede coger un lápiz con
convicción? ¿Quién eres?
«¡Gracias! Oye, ¿te importa si me siento aquí? Esto está bastante lleno. Te prometo
que no te molestaré»
No sé para qué pregunta, se ha sentado de todas formas. Rubio, ojos claros, sudadera y tejanos. Este no estudia Bellas Artes. Humanidades seguramente. Publicidad tal vez.
«Ningún problema. Yo tampoco te molestaré.»
«¿Eso es un muslo?»
Pero será cotilla.
«Eh… Sí. Unos apuntes de anatomía.»
«¿Te importa si te cojo una hoja? Si no es mucho pedir, claro.»
El Alemán (u Holandés, o Francés, por favor que no sea Francés) es educado.
«Sírvete, tengo muchas y todas repetidas.»
Vaya, no le ha hecho gracia mí chascarrillo. Una leve mueca y se ha puesto a… ¿Dibujar? Tal vez estaba equivocado con lo de humanidades. Dibuja bastante rápido y con soltura. Sujeta el lápiz cómo si fuera una pluma. Apenas presiona la mina contra el papel. Cómo si sintiera que puede hacerle daño. Me estoy poniendo nervioso. ¿Qué está…? Me acaba de acercar el dibujo. Vamos, no me jodas.
«Mira, ¡eres tú!»
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