Mi primer acercamiento con la figura de Chet Baker (y con el jazz en general) sucedió gracias a Woody Allen. Yo estaba viendo la maravillosa Día de lluvia en Nueva York, y en una de sus escenas el personaje de Timothée Chalamet empezó a tocar un tema que me gustó: Everything happens to me. Ya en casa busqué la canción y me encontré con la versión de Baker. Su manera de alargar las frases, aquella suave voz que te acompañaba y su habilidad con la trompeta me empujaron a escucharle más y más. Empecé a interesarme más sobre su persona y me compré su detallada biografía Deep in a Dream, escrita por James Gavin, en la que realiza una exhaustiva recapitulación de los sucesos más relevantes en la vida de Baker. La biografía te atrapa con una mezcla entre fascinación y horror.

Cómo cualquier biopic su historia empieza con un futuro prometedor: un joven con talento descomunal, que empieza a despuntar en la Costa Oeste con su cool jazz. Su gran estilo y pasotismo general, le convirtieron en un ídolo adolescente, subió como la espuma, y no tardó en ser nombrado mejor trompetista del mundo por prestigiosas revistas, por delante de leyendas como Miles Davis. Siguiendo con la estructura clásica del biopic, después del inicio del estrellato tenemos la caída, habitualmente relacionada con las drogas o el alcohol (Chet puede marcar un tick enorme en esa casilla), y por último llega el momento de la redención, en el que nuestro protagonista se da cuenta de sus errores y encauza su vida. Eso se aplica a la mayoría de historias de grandes músicos, pero no a la de Chet Baker. El bueno de Chet decidió quedarse en la segunda fase de la trama, la de las drogas, sexo y rock&roll jazz, para siempre, ya que supongo que le pareció la más entretenida.

Chet Baker era un músico nato, que nunca precisó de conocimiento de la teoría musical para pasar a la historia con la trompeta. Una especie de James Dean del jazz que dedicó la vida al género musical, y que incluso cuando le rompieron varios dientes de la boca en medio de su carrera, volvió a aprender a tocar con una nueva sensibilidad y fragilidad sobrecogedoras. Alguien que estuvo en lo más alto y que se codeó con los más grandes. Pero también fue muy mala persona. Un yonqui, timador, egoísta y egocéntrico, que jamás se preocupó por nadie que no fuera él mismo y que jamás usó las multitudinarias oportunidades de redención que le fueron ofrecidas. Un hedonista que no tenía nada que ver con las preciosas letras que cantaba, o con las dulces melodías que tocaba.

Cuánto más conocía de Chet, más patético me parecía. Y sin embargo, su persona jamás dejó de interesarme. Lo cierto es que tenía un talento descomunal, y pese a pasarse más de la mitad de su vida inyectándose heroína diariamente, jamás dejó de tocar. Además de drogarse, su vida era encontrar el garito más cercano que tuviera una jam session y subir a tocar. Estamos hablando de alguien que llegó a codearse con Dizzy Gillespie y Miles Davis, además de que fue descubierto por Charlie «The Bird» Parker mismo, y aún así no tenía reparo en tocar locales semivacíos. Cuando tocaba, todo a su alrededor dejaba de tener importancia, el tiempo se ralentizaba (en parte gracias a la heroína) y sus cuestionables decisiones quedaban atrás. La música fue su refugio, y el único motivo por el cuál llegó hasta los 58.

Dato biográfico: Chet Baker murió en 1988, con 58 años, al caerse por la ventana de un hotel del centro de Ámsterdam, probablemente bajo los efectos de las drogas. Nunca se supo a ciencia cierta si se cayó, se tiró o fue empujado. Hoy en día hay una placa commemorativa en el lugar del accidente.

Estoy bastante convencido que es esa férrea determinación es lo que me captiva de Chet. No solo en la música, sino en la vida misma. Si os leéis su biografía, veréis como hay muchos puntos en su carrera en los que ya nadie lo llamaba, no tenía un duro, y seguía drogándose asiduamente. Tenía todas las venas del cuerpo destrozadas de tanto pincharse, como las de los pies, los cuáles tenía tan hinchados que no podía llevar otra cosa que no fueran sandalias. Tuvo problemas con la ley tanto en Estados Unidos como en varios países de Europa. Fue a la cárcel en varias ocasiones. ¡Todos estos sucesos se fueron repitiendo durante más de treinta años! Con aquel ritmo parece increíble que no muriera con treinta pocos debido a las drogas, destino que corrieron muchos de sus amigos. O que nunca le mataran en alguna de las muchas trifulcas en las que estuvo metido. Su pasión , voluntad o puro amor por el jazz le permitió sobrevivir a todo aquello; hay algo ciertamente atrapante en eso.

Chet Baker con 54 años

Después de leer las más de 500 páginas de la biografía de Chet Baker, me topé con una adaptación cinematográfica de su vida, con Ethan Hawke interpretándolo. Born to be blue se llamaba, y resultó ser una muy buena película que os recomiendo encarecidamente. A mí parecer, el guión y Hawke supieron capturar la esencia de Baker bastante bien, en un momento de su vida de lo más interesante, donde su personaje consigue decepcionar al espectador tal y como él hizo a tantas personas en su vida, y sin embargo, uno no puede evitar empatizar y sentir pena por aquella pobre alma. Definitivamente desgarradora (en el buen sentido), con una preciosa banda sonora.

Born to be blue me hizo pensar en Ray & Raymond, película un poco irregular (aunque yo la disfruté) en la que Ethan Hawke interpreta a otro trompetista adicto a la heroína y en la hay una escena en la que me hizo pensar en Chet Baker. En esta, el personaje de Hawke describe cómo es tocar la trompeta bajo los efectos de la droga, como se alargan las notas, creando espacios de silencio, zonas seguras. Al fin y al cabo, eso es lo que quería Baker, crear un universo particular donde esconderse, donde nadie más estaba invitado y donde poder, aunque fuera por unos instantes, lidiar con las sombras de su vida.