En el momento me encuentro realizando mi cuarto ESC (proyectos de voluntariado para jóvenes europeos) en un pueblo de la campiña húngara. Ayer reflexionaba con otra voluntaria sobre hasta qué punto estas semanas pueden propiciar una representación fidedigna de los voluntarios. Imagina el siguiente contexto: semanas o meses viviendo en otro país, rodeado de gente que no te conoce de nada, haciendo cosas que en tu «vida normal» no harías nunca… Es una oportunidad de ser otra persona, debatimos ella y yo. Aunque rápidamente deseché esa opción, pues para mí es lo contrario. Es una oportunidad de ser más nosotros mismos. Sin las presiones, etiquetas o estigmas que la sociedad te pone. Sin pensar en consecuencias o reprimendas. Una posible respuesta a la pregunta, ¿quién soy yo?

He vivido en mis propias carnes el cómo un proyecto puede poner patas arriba tu vida, pero es que además no dejo de presenciarlo en otros. Algunos que llevan años con su pareja deciden dejarlo, otros optan por abandonar los estudios, el trabajo… Medidas aparentemente drásticas, pero según mi experiencia esa gente no se suele arrepentir. La distancia de su vida real les permite vislumbrar lo verdaderamente importante. Quítale todo aquello que no sea menester a un hombre y empezará a reconstruirse, esta vez poniendo los cimientos en aquello que verdaderamente importa, que no es otra cosa que su felicidad. Suena utópico o poco realista, pero si todas aquellas personas deciden cambiar su vida gracias a un proyecto es porque se dan cuenta de lo felices que pueden llegar a ser.

Bajo esta premisa he decidido dedicar mis próximos meses a proyectos. ¿Por qué renunciar a ese estado de plenitud? Y lo mejor de todo es que por el camino tengo un impacto positivo en Europa. No todo es de color rosa, por supuesto. Me preocupa el hedonismo que este estilo de vida acarrea. Conexiones y experiencias muy fuertes, sí, pero totalmente transitorias. Por el momento estoy cómodo con ello, pero reconozco que es todo un reto manejar tiempo para conectar con personas nuevas cada mes sin dejar de cuidarme a mí o a mis hábitos.

Y todo esto me provoca las siguientes preguntas: ¿qué es la vida real? ¿acaso es necesaria la rutina? ¿el asentamiento? ¿acaso no es real vivir de proyecto en proyecto? ¿debo parar de vez en cuando para mirar por el retrovisor?

En cualquier caso, de momento he encontrado un sistema que funciona y es el de rendirme ante lo que la vida me traiga, disfrutarlo al máximo y que la felicidad del día a día sea mi brújula. Quizá sí es hedonista, y para muchos incluso tarambana, pero lo cierto es que últimamente no dejo de sonreír y ese es, a día de hoy, mi mayor indicio de que voy por buen camino.