Trabajar y vivir en un hostal es una experiencia con numerosas ventajas: no hay que preocuparse por el alquiler, increíble localización en el centro de Edimburgo y no hay que perder tiempo desplazándose para ir al trabajo. Sin embargo también significa compartir la mayoría de mis espacios con cientos de huéspedes que van y vienen, a excepción de mi pequeña habitación y de la staff room, un lugar que se ha convertido en un refugio en el que poder cobijarme cuando el vaivén constante del hostal me abruma.

Un sofá, una mesilla, una silla reclinable, un par de neveras, dos estanterías, una mesa con dos bancos, un espejo con lavabo y una guitarra. La staff room no necesita más. Incontables son ya las horas que he pasado en ese sofá, con un libro en las manos o viendo una película en mi ordenador. La staff room es el lugar en el que descanso cuando acabo el turno, ya que a mi habitación solo voy para dormir. En ésta habitación nunca hace frío y por la noche, cuando cerramos la venta, ésta acaba empañada de calor humano. En ella leo, escribo, toco la guitarra, canto, como, hablo con otros miembros del staff, hago mis estiramientos matutinos… La staff room es un resguardo para el inclemente clima de Escocia y para las incesantes excentricidades de nuestros huéspedes.

En la staff room el tiempo se rige por otras leyes y puedo pasar horas sin hacer realmente nada. Solo estoy allí. Mis compañeros van y vienen, y conversamos, y leo un capítulo, y me tomo mi té y cuando me quiero dar cuenta ya es la hora de trabajar. Es un lugar donde la procrastinación no es solo una posibilidad, sino casi la única opción viable. Al fin y cabo aunque estés solo alguien acabará entrando y empezará a hablarte y tendrás que dejar lo que estás haciendo. Pero no te resistes pues no es ninguna molestia, pero los días se van sucediendo y a efectos prácticos no ha sucedido nada en tu vida. De algún modo es fantástico y tiene un efecto anestésico ante las complicaciones del trabajo. Es invierno y toca recogerse en un lugar calentito, con una bebida caliente y gente con la que tener conversaciones intrascendentales.

Pero es que solo parece que no ha sucedido nada. En realidad me estoy acercando a una realidad nueva antes totalmente desconocida. La de conocer y conectar con otros a través de esos pequeños momentos de aparente nimiedad. Ahora bien, para mí, que en los últimos años he forjado conexiones a través de potentes experiencias como pueden ser viajes o voluntariados, ésta anodina manera de conectar con mis colegas es totalmente nueva y de lo más refrescante.

Estas pequeñas conversaciones después de un largo turno, con una taza de té en las manos, se han convertido en mi momento favorito del día. Nuestras vidas van teniendo lugar y nosotros nos sentamos a comentarlas como si de un partido de fútbol se tratara. Y al hacerlo le quitamos hierro al asunto pues nuestras desventuras no son más que otro tema de conversación con el que pasar el rato y nada más.


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