Sábado, 22 de septiembre de 2029

Hoy se cumple un año desde que nos trasladamos de la ciudad a la aldea. La verdad que yo no estaba muy convencida de venir, casi que me trajo a la fuerza mi madre. Yo tenía 23 años y una vida normal, sin muchos sobresaltos, aparentemente tranquila. Sí, por fuera era tranquila y ordenada, pero en mi interior algo se revelaba, se agitaba, se moría… Por fuera parecía segura, pero la realidad es que tenía miedo. Tenía miedo a tantas cosas…, pero lo disimulaba tan bien. Sí, aprendí a actuar, pero nunca a gestionar las emociones. Y aunque ese miedo podía estar fundamentado, por las barbaridades que se escuchan en los telediarios, la mayoría de las veces era mi mente mintiéndome.

Miro hacia atrás y me asombra lo rápido que han cambiado las cosas; lo mucho que he cambiado yo. Soy más consciente de los procesos que atravieso, de lo que es real y lo que no. Tengo una mirada más amplia, más allá de lo que ven los ojos. Sí, ya ves, yo que era de “si no lo veo no lo creo”.  Me estoy adaptando a la ciclicidad de la vida. Me siento en conexión con la naturaleza que me cuida y soy consciente de la naturaleza que hay en mí.

Me siento muy feliz y agradecida también por los cambios que ha experimentado mi familia. Antes del traslado, mi abuela María lo único que hacía, todo el día, era permanecer sentada mirando la tele, estuviese ésta encendida o apagada. No quería salir. No le daba apenas la luz del Sol. Sólo algunos ratos, cuando su cuidadora la convencía de salir al balcón. Mi otra abuela no se alejaba mucho de este patrón, la verdad. Tenía otras condiciones, otro tipo de enfermedad, algo más de actividad, pero la esencia de su vida era la misma: pocas ganas de vivir. Las dos estaban tristes. Y mi abuelo, no sé, no se comunica mucho, pero por aquel entonces tenía problemas de anemia y una vez leí que la sangre simboliza la alegría de vivir. Igual le faltaba alegría. Pero ya se le ha pasado. Ahora enseña agricultura a los peques, mientras hacen algunas labores con él. También comparte su conocimiento a todos los demás y resulta muy útil para adaptarnos a esta forma de vivir que, para los que venimos de la ciudad, es totalmente nueva, pero él creció viviendo así o de forma muy parecida. Lo mismo hacen mis abuelas: comparten su sabiduría. Mi abuela Eugenia sabe mucho sobre plantas. Las usa como medicina y en diversas recetas culinarias. Estoy comiendo cosas que no sabía ni que existían. Las dos dan clases de costura. A veces, hasta juntas. No las había visto llevarse bien en la vida.

Me encanta ver cómo los niños y niñas disfrutan de aprender y cómo se apoyan unos a otros. Se apunta a las clases quien quiere, quien está interesado en el tema, sin distinción de edades, todos juntos. También juegan juntos, con respeto y cuidado. Me parece maravilloso eso también, porque así los más peques crecen con referentes y rodeados de quienes los comprenden, porque no hace tanto vivieron las mismas emociones o dificultades. Así los pueden guiar un poco. Aunque también se imparten clases de inteligencia emocional y de filosofía. No son obligatorias, pero van todos. Incluso los padres. De matemáticas y todo eso que nos obligaban a memorizar cuando yo fui al cole y al instituto, se enseña lo justo para desenvolverse en el mundo práctico. Y también se enseña de una manera más práctica. Se aprende haciendo. Así es más difícil olvidar.

Las artes están más presentes que cuando yo era más joven. Analizando un poco ese momento de mi vida, sobre todo cuando estaba en secundaria, me doy cuenta de que esa parte de mí, mi parte creativa y artística estaba reprimida, porque en mi entorno no se le había dado ninguna importancia. Mi padre mi insistía en que tenía que estudiar, estudiar un montón, estar todo el día estudiando. Y sí, está bien estudiar, ahora me gusta. Me gusta leer y ampliar mi conocimiento en diferentes áreas, pero también necesito muchísimo expresarme a través de la escritura y la pintura. En gran parte, es lo que mé hace sentir bien y en paz. Estoy empezando a liberarme, a dejar que salga lo que tenga que salir de mí. Voy creando cada vez con más frecuencia, a la vez que se desincrusta la culpa. No siento tanto la necesidad de estar haciendo cosas todo el tiempo, de ser tan productiva como una máquina, y eso me da espacio para escucharme y transformar las emociones y pensamientos en arte; para transmutar lo negativo en positivo.

Está guay haber conocido tantos artistas aquí. En realidad, todo el mundo es artista a su manera. Creo que eso ha catalizado este proceso de abrirme, expresarme… Es como desnudarse y no tener vergüenza de hacerlo. También se hace eso con naturalidad por aquí. La gente se baña en el río tan tranquila, sin miedo a ser juzgados. A algunos aún se muestran tímidos para hacerlo, pero también está bien, nadie los presiona.

Tampoco me presiono a mí misma. Antes tenía instaurada en mi mente la idea de que el éxito era tener mucho dinero y ser conocido, no sé, tener prestigio de alguna manera, en alguna disciplina, destacar por encima de los demás. Así que lo importante en la vida era el esfuerzo, el luchar por el objetivo propuesto, te gustase más o menos el camino para conseguirlo. De hecho, me olvidé del camino, me olvidé de que tenía una vida más allá de la obligación y la productividad. Me olvidé de disfrutar y antes de darme cuenta me inundó el estrés y la ansiedad. Apareció el último año de carrera, pero se mantiene en el tiempo, —con más o menor intensidad­—, incluso teniendo un trabajo que me da estabilidad, una rutina y más dinero del que necesito para sobrevivir (teniendo en cuenta que vivía con mi madre). Lo que no tenía era tiempo.

Ahora cuando pienso en trabajo no pienso en dinero, pienso en lo que me hace feliz o en sencillas tareas que realizamos en comunidad y que no nos llevan más de tres horas al día, como: cosechar los frutos, podar árboles, hacer conservas, apacentar las ovejas, dar de comer a las gallinas… Me gusta hacer todo eso y lo mejor es que puedo hacerlo mientras canto. ¡Cantar! Cantar es lo que me hace más feliz. Después de todo, puede que sea mi vocación. O al menos, me calma la ansiedad. Por ahora solo lo comparto con los más cercanos o con gente que, aunque conozco poco, me dan confianza. Unos amigos me están animando para formar un grupo musical. Yo sería la vocalista. Como también escribo, podría llegar a ser compositora si estudiase solfeo y algo más de música, algún instrumento… Por el momento, podría verlo como algo que hacemos para pasarlo bien entre nosotros, pero pensar en ofrecerlo al público me pone nerviosa.

Domingo, 22 de septiembre de 2030

Hoy se cumplen dos años desde que nos mudamos a la aldea. Voy a intentar analizar y reflexionar sobre cómo siguen evolucionando nuestras vidas, cómo va el cambio entre mundos.

El año pasado no mencioné nada sobre mi madre y mi hermano, y me gustaría que conocieses un poco sobre ellos también.

Antes de venir aquí mi madre era enfermera. Trabajaba en un hospital y lo mismo tenía turno de mañana que, de tarde que, de noche. Lo normal, ocho horas, pero según se lo cuadrase podía estar todo el día allí metida. Nosotros ni sabíamos cuando la íbamos a ver. Había días que no la veíamos ni un segundo, o porque no venía o porque no coincidíamos en casa. Pero bueno, cada uno tenía su vida y había armonía y libertad.

Mi hermano, con un año menos que yo, ya era profe de inglés en un instituto, no muy lejos de casa. Le gusta enseñar, pero lo veía muy estresado y siempre preparando cosas para sus clases o corrigiendo exámenes. Igual y aunque estuviéramos los dos en casa, a penas lo veía o interactuaba con él. Estaba en su habitación, trabajando después de trabajar.

Lo veía por las mañanas, sobre todo, fin de semana. Solía bajar a la cocina mientras estaba yo desayunando. Cogía un plátano sin decir nada, casi sin mirarme y volvía a subir. Yo ya había aprendido que era mejor no decir nada, ni “buenos días”, porque lo más seguro era que me respondiese mal. No siempre respondía en plan borde, pero era los más frecuente y prefería ahorrármelo. Por una parte, me sorprendía, porque en realidad mi hermano es una persona muy alegre y cariñosa. Pero, por otra parte, comprendía que era presa del perfeccionismo y la exigencia externa. Y es que claro, si eres profesor, eres también psicólogo y padre. Normal que acabe desgastado y dando menos de sí. Con la ilusión que empezó y luego… Le fue dando más igual. Pero bueno, también tenía que proteger de alguna manera su salud mental.

Él no vino con nosotras a la aldea. Al contrario que yo, supo buscar otra opción. Se fue al norte. Decía que si se tenía que ir a algún sitio sería a donde no hiciese tanto calor y lloviese más, donde abundase el verde y desde donde se viese el Mar. Cambió de una ciudad a otra, pero sí encontró eso que quería. Además, no era una ciudad muy grande.

Mientras nosotras estábamos aquí, viviendo más o menos como mis bisabuelos lo hicieron, él estaba dando clase en otro instituto. De vez en cuando hacíamos video-llamadas, y por lo que nos contaba y cómo lo sentía, diría que su vida cambió poco. Cambió el lugar, pero el ánimo que predominaba en él y estilo de vida que llevaba eran los mismos.

Un día vino a visitarnos. Por abril o así creo que fue, cuando aún no hacía demasiado calor para él. Se quedó como una semana y media en nuestra cabaña, aquí en la aldea. En el Sur. Vio nuestras vidas totalmente cambiadas. Imagino que pudo apreciar que estaba más tranquila y que me movía sin prisa a lo largo del día.

El cambio de mi madre era más fácil de apreciar. Mi madre necesitaba ya ese cambio. Tantos años haciendo tantas cosas a la vez… Sobre todo cuando tuvo que criarnos sola, estudiar y trabajar al mismo tiempo. Ya veía yo de niña cómo mi madre se interesaba por temas espirituales o esotéricos. Pero no fue hasta que nos mudamos aquí que desarrolló su capacidad para sanar. A ver, sí, curaba enfermos en el hospital, pero no más allá de las vendas y las inyecciones. Ahora va más profundo, trata a la persona de manera holística. Está aprendiendo con un chamán que conoció aquí. No es solo palabrería, el hombre estudió medicina en su momento.

Mi hermano también hizo amigos ese tiempo aquí. En especial, de un chico un poco más joven que él. Ese chico escribía novelas y canciones, tocaba la guitarra, cantaba, estudiaba un montón y sabía varios idiomas. Era amigo de todo el mundo. También era mi amigo. Siempre emocionado, siempre agradecido. Rubio, con los ojos azules. Bajito, como mi hermano.

A mi hermano le encantaba silbar y ya hacía tiempo que no lo veía hacerlo. Pues un día que quedamos los tres y otra amiga, el chico tocó la guitarra, mi amiga y yo cantamos y mi hermano terminó sumando sus silbidos. Encajaban perfectamente entre nuestras voces y la guitarra. Después, de vuelta a casa, mi hermano me dijo a solas que echaba de menos tocar el ukelele.

Mi hermano volvió a su vida del Norte, pero solo la aguantó hasta verano. Hasta el final del curso escolar. Después encontró un proyecto comunitario por allí, por sus montañas cercanas al Mar, y se unió a ellos. Sigue siendo profesor de inglés, pero desde un enfoque diferente. Además, se encarga de que haya buena comunicación entre los voluntarios que llegan de diferentes países, con diferentes idiomas, al proyecto. Los orienta y les da herramientas para que aprendan idiomas los unos de los otros. Y aún con todo eso, tiene tiempo para ser más que profesor. Es, lo que yo llamo, un maestro de consciencia. Se llevó un poco del Sol del Sur con él y convierte los días grises en soleados, con su silbido, su ukelele y su voz.

Bueno, hasta ahí, un pequeño resumen de lo que tengo que decir sobre mi familia más cercana. Seguimos conmigo.

Conocí un chico, en octubre del año pasado. Usualmente que diga eso yo es algo irrelevante, pero con éste se sentía diferente. Tardé un par de semanas en aceptar que me gustaba. Ya tenía asumido que sólo me gustaban las mujeres. Ni recordaba que alguna vez me gustó un chico y entonces aparece él, con tanta ligereza, con tanta seguridad en sí mismo, con tanta alegría… No era de aquí.

Llegó como yo, pero ya iba como de hippie y de que meditaba y todo eso. Se mostró de una manera al principio que nada tenía que ver con quien luego fue, cuando ya pensó que era suya. Sí, suya. Si soy suya no hace falta que me cuide, ni que pasemos tiempo a solas fuera de la cama. Y está bien si yo hago la comida, pero no si él friega los platos… Pues eso, parecía que defendía la igualdad, que era un hombre sensible y conectado, pero me demostró que era cierto lo que imaginaba que sería tener una relación con un hombre. No tardé en dejarlo después de ver la verdad.

Por otra parte, la experiencia me sirvió de forma positiva para establecer mis límites, ser consciente de patrones que creo que se repetían entre las mujeres de mi linaje hace quién sabe cuánto. Me sirvió también para abrirle la puerta a la alegría y para desbloquearme a nivel sexual. Me parece que ahora estoy más preparada para recibir lo bueno que tiene para ofrecerme la vida. Para navegar en la incertidumbre. Y no es que nuestros encuentros fueran del todo satisfactorios para mí. Echaba mucho en falta la delicadeza y complicidad que había experimentado en mis relaciones con mujeres. No sabría decir el porqué del desbloqueo, pero eso siento que ha pasado al analizarlo con una distancia de varios meses.

Ahora tengo una relación con una chica. No es que haya vetado (otra vez) a los hombres. He visto en relaciones de amigas que no todos son iguales. También mi madre está genial con su novio. Es solo que me he enamorado de ella, así sin esperarlo, casi sin quererlo. Las dos estábamos bien solas, pero ahora estamos mejor juntas. Llevamos poco tiempo, pero es como si nos conociéramos de antes. No sé, algo extraño, pero también mágico y maravilloso.

Ella me está dando clase de solfeo y de guitarra. En otros ratos toco percusión con otros aficionados y sigo con el grupito que comenté la otra vez, de vocalista. Aún no me he atrevido a dar un concierto, pero soy consciente de que me ha escuchado más gente cantar. Ya siento que me queda menos para que se dé el día de nuestro primer concierto. Algo pequeñito, en un sitio acogedor. Ya lo voy viendo.

Hay muchas cosas que ya he visto. He visto lo que significa ser humano. He visto nuestra esencia. Nuestra verdad. Y tengo mucha esperanza en que las cosas en este planeta vayan cada vez mejor. Estoy viendo cómo cada vez viene más gente de la ciudad. Estoy conociendo aldeas como la nuestra, proyectos de permacultura, de reforestación, bosques comestibles… La Tierra se está limpiando. Está naciendo algo nuevo.

Ahí fuera aún hay guerras, miseria, codicia, odio. A veces, aquí dentro también, pero a menor escala. Nada es perfecto. No creo que se elimine todo lo negativo por completo. Me dijeron hace tiempo que no existe el bien sin mal, igual que no existe la luz sin oscuridad. Lo siento como una verdad. Tiene sentido, pero no veo que tengan que estar presentes a partes iguales. A lo mejor llega el día en el que el mal ocupe sólo una pequeña sombra.

Y hasta aquí el resumen de este año. El siguiente 22 de septiembre espero contarte que di mi primer concierto con mi grupito. Quizá, hasta te cuente que he compuesto una o varias canciones. ¿Por qué no soñar con un futuro prometedor?

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