Bendito el día en que me adentré en los mundos de Alice Rorhwacher: «La Quimera» es una obra única escrita magistralmente por Rorwacher, una maravilla audiovisual en la que Josh O’Connor y Carol Duarte se comen la pantalla sin apenas hablar.

Sinopsis

Todos tenemos una quimera, algo que deseamos hacer, tener, pero que nunca encontramos. Para la banda de “tombaroli”, los ladrones de antiguas tumbas y de yacimientos arqueológicos, la Quimera es soñar con dejar de trabajar y hacerse ricos sin esfuerzo. Para Arthur (Josh O’Connor), la Quimera se parece a Benjamina, la mujer a la que perdió. Con tal de encontrarla, Arthur se enfrentará a lo invisible, indagará por todas partes, penetrará en la tierra – decidido a encontrar la puerta que lleva al Más Allá de la que hablan los mitos. En su osado recorrido entre vivos y muertos, bosques y ciudades, fiestas y soledades, los destinos de los personajes se cruzan, todos en busca de su Quimera particular.

Benjamina, ¿eres tú?

La búsqueda de Arthur es ciertamente quimérica, pero eso no impide que nuestro protagonista gire su vida alrededor de ella, de cierto modo como hacemos todos, en busca de un imposible, de un ideal sobre el amor en su caso y sobre el dinero en el caso de el resto de los tombaroli, pero no deja de ser eso, una quimera que les ciega y les impide pasar página, seguir adelante.

Y en esa búsqueda imposible conoce a Italia, interpretada brillantemente por Carol Duarte, una mujer extravagante, única y genuina, una ninfa de la campiña italiania que busca un futuro para sus dos hijos. Ella representa la posible redención de Arthur, y entonces la única pregunta restante es ¿será él capaz de ver más allá de su quimera personal? ¿Será la suya una trágica historia o una triunfante?

La conclusión, la cuál no destriparé, no es para mí lo más relevante de esta historia: es ese camino hasta ella que me pareció divertido, trágico, enternecedor e interesantísimo. Fascinante, ciertamente, porque en poco más de dos horas Rohrwacher hace un estudio de la condición humana, gracias a su inmenso talento y, no en menor medida, a un genial Josh O’Connor que sin apenas hablar hace la película suya. Cualquier otro actor no hubiera encajado tan bien en la misma, no hubiera dado esos matices que hacen que pese a tratarse de un personaje bala perdida, no puedas evitar empatizar con él.

La Quimera se ha convertido automáticamente en una de mis películas favoritas. Pocas historias han conseguido cautivarme tanto con tan poco y si a eso le añades a un O’Connor y una Duarte soberbios el resultado se acerca a la perfección. Es casi como si la cinta hubiera conseguido, a través de las quimeras de otros, evocar las mías y hechizarme hasta el apabullamiento. En cualquier caso, ha funcionado. Chapó.


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