Cuando se reflexiona sobre el problema de España y la europeización, es inevitable pensar en Miguel de Unamuno. Con su prosa digresiva y natural, consiguió labrar una fructífera carrera literaria, filosófica y ensayística que despertó conciencias e invitó a la reflexión incluso mucho tiempo después de su muerte.
El “problema de España” fue una cuestión que interesó sumamente al autor. Por esta razón, es un motivo recurrente en la mayoría de sus ensayos: cuando no se aborda de forma directa, se encuentra latente tras cuestiones diversas relativas a la identidad del yo y al concepto de colectividad. La etiqueta “problema de España” encubre la crisis identitaria que supuso para los españoles el hecho de perder las últimas colonias. Esto llevó a numerosos intelectuales, entre ellos a Unamuno, a reflexionar sobre la identidad española: ¿en qué se funda?, ¿qué es auténticamente español?, ¿dónde se encuentra la esencia?, etc. El discurso que el autor construye para responder a las diversas cuestiones que le abordan corre en paralelo al contexto histórico en el que se encuentra. Por esta razón, sus consideraciones acerca del “problema de España” y de la europeización evolucionarán con el transcurso de los años hasta adoptar posturas diametralmente opuestas. Es decir, lo postulado en Entorno al casticismo (1902) ya no estará presente de la misma manera en Del sentimiento trágico de la vida (1913) simplemente porque el pensamiento del autor ya no es el mismo.
En “La tradición eterna”, en torno al casticismo, enmarca el concepto en general que se tiene del término casticismo. Es lo propio, lo “nuestro” y, por tanto, es visto como sinónimo de puro y excelente. Nace del prejuicio hacia la otredad y de la necesidad de diferenciación. Se busca la identidad en el pasado, por eso lo castizo es visto como “doctrinas tradicionales de vieja capa castellana” y lo menos castizo es aquello que acepta la novedad que proviene de fuera de España.
A este principio le sigue la cuestión de la europeización. Parece que sobre ella solo se puedan tener posturas radicales: o aceptarla o repudiarla. Los que la aceptan, corren el riesgo de perder la identidad propia; y los que la repudian se exponen a quedar anclados en el pasado. En pintura y música se aceptan influencias francesas o alemanas, pero, por alguna razón, en el ámbito literario se llega a hablar de “la invasión de la literatura francesa”: hay una voluntad casticista acérrima. Pero más allá de todo esto, Unamuno defiende la existencia de un arte clásico y eterno que sobrevivirá al olvido del tiempo. En él sitúa a Cervantes y al Quijote y aprecia en ellos la regeneración y la transgresión de lo auténticamente español.
Estas reflexiones sobre el casticismo, el pasado y la europeización le llevan a cuestionarse el concepto de tradición. ¿Qué es la tradición? Unamuno dice que es la sustancia de la Historia. Es lo intrahistórico, el sedimento que siempre permanece. Son los millones de individuos que no están recogidos ni en los libros ni en los periódicos. La auténtica historia se encuentra en el momento presente, no en el pasado. La tradición española, lo castizo, se debe buscar ahí. No se debe recurrir a imitar a los antepasados: por eso ve en el abandono de la locura del Quijote, que intentaba imitar el modus vivendi de sus antepasados, un modelo a seguir para el resurgimiento de lo auténticamente español. Considera que los tradicionalistas
que buscan desenterrar el pasado están olvidando la historia del presente. Lo castizo solo se puede alcanzar destruyendo la idea que se tiene sobre ello: para hallar la propia identidad hay que ahondar en los errores del pasado, hacer examen de conciencia y encontrar la raíz de los problemas actuales. No se debe buscar excusas para lo sucedido ni mucho menos hacer apología de ello o ver las propias faltas como “glorias del pasado” porque así no se alcanza un auténtico espíritu regenerador. No hay posibilidad de auténtico progreso.
En “Sobre la europeización. Arbitrariedades”, reflexiona sobre qué es lo europeo. Hasta el momento se ha debatido el abrirse o no a la influencia europea, pero “Europa” como término es un concepto muy vago. Es aún más vago el concepto de “europeo moderno”, que parece quedar definido por los contrarios: si Europa se aferra a la ciencia, España se acoge a la arbitrariedad, que es afirmar algo que nace desde la pasión y no de evidencias científicas. Se sitúa la sabiduría lejos de la ciencia. Esto puede parecer contradictorio, pero “sabiduría” no alude a conocimientos basados en algo lógico, se refiere a una idea de “sabiduría vital”. Algo que engloba todo lo que no se puede aprender por medio de experimentos científicos. Eso es algo que parece existir en España, pero no en el resto de Europa. Se refuerza esto con la idea de que el Renacimiento vino a erradicar todo el misticismo medieval que aún existía en la península. Esto trajo numerosos avances, pero, irónicamente, también acabó con una parte de la esencia propiamente castiza.
Se aprecia un pensamiento distinto a lo postulado hasta el momento: ¿realmente es necesario europeizar España cuando esto implica perder parte de la esencia? Esto no quiere decir que desde España se rechacen los avances científicos, pero en ella queda un reducto espiritual que ha desaparecido en el resto de Europa. Puede que todo lo material sea inferior en España, pero la pasión, la mística y la calidez de los creadores de Arte, lo verdaderamente esencial, es muy superior a la del resto de Europa. Todo esto solo puede nacer de una cultura donde no solo se piense en el goce de la vida. Vienen muy al caso las palabras de Horacio Walpole, quien dijo que la vida es una tragedia para los que sienten y una comedia para los que piensan. El hecho de no limitar la vida a lo meramente placentero y reflexionar sobre cuestiones como la muerte y la trascendencia permite alcanzar una profundidad y perspectiva que, simplemente, no puede encontrarse en otros países. Sería como pretender que un autor francés o alemán pintara las vírgenes de Murillo.
De este principio nace la siguiente reflexión. Tal vez, antes de europeizar España, se debería primero españolizar Europa. Esta sería la forma de lograr una mixtura y poder incorporar elementos ajenos a lo propiamente castizo y viceversa. Hasta que esto no suceda, solo se podrá hablar, como mucho, de un afrancesamiento en la literatura castiza. Pero no existirá en ella la verdadera preocupación por el alma, por el espíritu y por lo trascendental. No existe un misticismo francés que pueda reflejar la necesidad que tenía Unamuno de obtener la inmortalidad del alma, de su deseo de permanencia. Precisamente por esto insiste en la idea de exportar la esencia castiza a Europa. Es decir, ya no ve la europeización como algo que deba evitarse, sino como algo sobre lo que se puede debatir y negociar.
Unamuno reflexiona mucho sobre la ciencia y la razón europea como elementos opuestos a la pasión y a la fe castiza en “La disolución racional”. Vivió en una lucha constante por recuperar la fe que le había arrebatado el exceso de lógica y racionalismo. Se aferra a la idea simple, pero eficaz, de credo quia consolans: creo porque es cosa que me consuela. Plantea la idea del eterno retorno de Nietzsche, pero para él no es suficiente. Aunque la ciencia no satisface su voluntad de permanencia porque la razón le impulsa a afirmar que la conciencia desaparece junto con el cuerpo, el deseo de que exista algo más que
el plano terrenal le ofrece cierto consuelo.
En “Don Quijote en la tragi-comedia europea” insiste en esta idea de que la ciencia no satisface todas las inquietudes o necesidades espirituales: “¡Que inventen ellos!”. No defiende que España adopte una actitud pasiva, simplemente recalca la idea de que Europa está enfocada en una perspectiva científica y España se decanta por cultivar aspectos más trascendentales del ser. Unamuno considera que la esencia española no se encuentra en el espíritu cientificista, sino que está difusa en la literatura. Es por eso que ve representada la esencia de lo castizo en Don Quijote. En él ve una lucha entre lo que es el mundo según la ciencia y lo que es según la fe. Ya no considera infructuoso buscar la esencia de lo castizo en el pasado porque lo importante es buscar esa voluntad de cambio, aunque sea en antiguos referentes (como hace Don Quijote). Ve en el quijotismo una lucha de la Edad Media contra el Renacimiento por conservar la esencia del alma del pueblo español. Ve en él una esperanza de lo absurdo racional, de aquello que en el fondo no es tan descabellado porque para él tiene sentido. Es indiferente que se burlen de él porque ya ha comprendido su propia comicidad y en esto ve reflejada a España. Ya no considera que deba vencer su locura puesto que en ella hay algo de la propia esencia castiza que no se encuentra en ningún otro país europeo.
En conclusión, las reflexiones de Unamuno sobre estas cuestiones varían a lo largo de los años. Aunque en sus inicios se muestra extremadamente favorable a la europeización, eventualmente encuentra el valor de lo castizo y defiende una convivencia de ambas perspectivas para un beneficio mutuo.
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