Hace un par de semanas publiqué el artículo Trazadores de líneas, frojadores de conflictos. En él hablo sobre la importancia que han tenido personas con nombres y apellidos en el trazado de fronteras. Al día siguiente un amigo me mandó un enlace a un chiste publicado en la red social X (antiguo Twitter):
San Pedro le pregunta a un recién llegado al Paraíso:
- ¿lugar de nacimiento?
- En el Imperio Austro-Húngaro
- ¿Dónde fue a la escuela?
- En Checoslovaquia
- ¿En qué país se casó?
- En Hungría
- ¿Dónde nacieron sus hijos?
- En el III Reich
- ¿Dónde nacieron sus nietos?
- En la URSS
- ¿En qué país murió?
- En Ucrania
- ¡Caramba, viajó usted mucho durante su vida!
- De eso nada, jamás salí de Mukachevo
Por fortuna, las fronteras españolas han permanecido invariables desde hace siglos. Concretamente el último cambio fronterizo en los Pirineos se llevó a cabo en 1659, con el que se puso fin a una larga guerra con Francia. El el otro extremo, La frontera con Gibraltar se fijó tras la Paz de Utrecht en 1715, que puso fin a la Guerra de Sucesión Española. Finalmente la Raya de Portugal, que quedó definida de forma casi definitiva con el Tratado de Badajoz, que puso fin a la Guerra de las Naranjas en 1801 (aunque posteriormente variaría mínimamente de forma pacífica en los acuerdos de 1864 y 1926).
Pero no todos los países tienen tanta fortuna con su estabilidad fronteriza. Nacionalismos y fronteras en Europa son algo íntimamente unido.
La paz y la estabilidad no son lo normal
El baile de las fronteras que tuvo lugar en Europa central y oriental durante el s. XX es increíblemente complejo e interesante. A la vez se trata de procesos de un dramatismo difícilmente imaginable para nuestras mentes del s. XXI.
Nos hemos acostumbrado a la paz y la estabilidad en Europa. Solamente la vimos amenazada durante un periodo muy breve de tiempo y en un lugar muy concreto: la antigua Yugoslavia. Y muchos jóvenes de hoy solamente han oído hablar de ello en documentales y clases de Historia. Un periodo de paz tan largo es una situación bastante anómala, aunque ha habido algunos periodos «similares».
Si ponemos atención a la Historia de Europa veremos que cada cierto tiempo han estallado conflictos generalizados en el viejo continente. En el s. XVIII incluso algunas se pueden considerar prácticamente guerras mundiales ya que los imperios coloniales abarcaban ya varios continentes. Ese fue el caso, por ejemplo, de la Guerra de Sucesión Austríaca, que involucró entre 1740 y 1748 a todos los grandes Estados europeos, combatiendo en sus posesiones de Europa, América y Asia.
Los inicios del nacionalismo
Sin embargo, a pesar de todos estos conflictos las fronteras Europeas habían experimentado relativamente pocos cambios, el más importante de ellos fue la desaparición de la Confederación Polaco-Lituana, engullida definitivamente por Prusia, Austria y Rusia en la Tercera Partición, llevada a cabo en 1795. Polacos y lituanos había formado un estado que había llegado a abarcar los territorios entre el Mar Báltico y la costa del Mar Negro. Pero en el s. XVIII su hegemonía no era más que un glorioso pasado. Tuvo la mala suerte de encontrarse justo en medio de las potencias que dominarían el continente junto a Francia durante el siguiente siglo.
La Revolución Francesa y Napoleón sacudieron la estabilidad fronteriza, pero más o menos todo volvió a su cauce tras su derrota. En el Congreso de Viena, las grandes potencias vencedoras, después de 25 años de guerras, se aseguraron de que todo volvía a estar como antes. Bueno, en realidad eso es lo que ellos querían y creían que habían logrado. Nada más lejos de la realidad, la Revolución y las tropas de Napoleón expandieron por Europa un ideario nuevo que lo iba a trastocar todo: el nacionalismo. A pesar de los esfuerzos por restaurar el Antiguo Régimen, el proceso era ya imparable.
Lo que sí que logró el Congreso de Viena fue establecer un periodo relativamente largo de paz entre los grandes estados europeos. A pesar de las revoluciones y «primaveras de los pueblos» de 1830 y 1848 y las guerras por la unificación de Italia, todo estuvo más o menos en calma hasta 1859. Ese año, los austríacos fueron derrotados en Italia y la cosa empezó a ponerse seria. Francia volvía por sus fueros de la mano del sobrino del «Pequeño Corso», Napoleón III. El Antiguo Régimen reestablecido en el Congreso de Viena estaba pasando nuevamente por serios apuros y esta vez ya sería definitivo.
Vals en las tierras de los Habsburgo
De momento, las más afectadas fueron las fronteras en Italia y Alemania, que llevaron a cabo sus procesos de unificación en contra de Austria. En 1866 el imperio austríaco desapareció dejando paso al Imperio Austrohúngaro, que se convirtió en un actor realmente especial y atractivo desde muchos puntos de vista.
Con la creación de la Monarquía Dual, se convirtió en un Estado multinacional, que logró un equilibrio importante en una escena donde había multitud de pequeños actores nacionales. Convivían sin excesivos problemas checos, polacos, eslovacos, eslovenos croatas, ucranianos, rumanos, húngaros, austriacos, italianos… Hay historiadores que lo consideran como un modelo primitivo de Unión Europea y creo que no les falta razón. Lo que sí puedo decir es que era todo lo opuesto a los nacionalismos emergentes en Europa, encabezados por Prusia, Italia y Francia. Como dato curioso, en el Imperio austro-húngaro se creó en 1897 la competición de fútbol considerada precursora de la Champions League, la Challenge Cup (más tarde conocida como Copa Mitropa).
El Imperio Austro-húngaro pudo demostrar que un Estado no nacionalista y sin colonias podía lograr un desarrollo económico e industrial importante, colocándolo entre las grandes potencias del momento.
Paseando hacia el precipicio
La pequeña población de Mukachevo se encontraba en las fronteras orientales del Imperio, todo estaba tranquilo, las relaciones con Rusia parecían ir por buen camino. No había habido conflictos entre ambos desde hacía generaciones. Pero todo se iba a ir torciendo durante las últimas décadas del s. XIX, se iniciaba el camino hacia la guerra.
Efectivamente, poco a poco todo se fue precipitando hacia el desastre y llegó el momento el 28 de junio de 1914. En Sarajevo era asesinado el heredero al trono del Imperio, Francisco Fernando. Era un reformista, partidario de llevar a cabo una política pacífica porque sabía que el estallido de una gran guerra acabaría con el Imperio. Su asesinato fue la chispa que llevaría a este gran conflicto en agosto de ese año. La suerte de Mukachevo estaba echada, Austria-Hungría se vio enfrentada a Rusia y sufriría las consecuencias de estar tan cerca de la frontera.
Jaque mate, los nacionalismos ganan la partida
La guerra supuso el desastre absoluto en Europa, pero sobre todo en la parte oriental. Los nacionalismos llevaron la situación al límite enfrentando a todos los pueblos europeos en una guerra que, como todas, se sabía cómo y cuando empezaba pero no se sabía ni cómo ni cuando terminaría.
En agosto de 1914 millones de jóvenes marchaban gallardos y alegres, con sus bonitos uniformes a los frentes de batalla, entonando canciones nacionalistas. Los políticos y los altos mandos habían prometido que en Navidad estarían de vuelta en casa. Sin embargo, no fue hasta el 11 de noviembre de 1918 en que se dio por terminada la Gran Guerra. Dio comienzo el gran baile de las fronteras de Europa central y oriental. Los cuatro grandes imperios que habían dominado la zona durante siglos desaparecieron de un plumazo y dieron paso a una miríada de pequeños estados, algunos de los cuales jamás habían existido previamente.
En Mukachevo empezaban los cambios de nacionalidad:
- En 1920 la zona fue ocupada por el naciente estado de Eslovaquia, como establecía el Tratado de Trianón.
- En 1938 se reincorporó al Reino de Hungría, tras el Primer Arbitraje de Viena.
- En 1944 la zona fue «liberada» por los soviéticos y se anexionó a la nueva Checoslovaquia.
- En 1945 Moscú tomó la decisión de que pasara a formar parte de la URSS, a la República Socialista Soviética de Ucrania.
- En 1991, tras la desintegración de la URSS, Mukachevo pasaba a formar parte de la nueva República de Ucrania, hasta el día de hoy.
El caso de Mukachevo es solamente un ejemplo de los muchos que ha habido en los últimos cien años en Europa. Los nacionalismos y los cambios en las fronteras han estado íntimamente unidos. Tras la II Guerra Mundial no solo volvieron a cambiar las fronteras sino que hubo gigantescos movimientos de población, enormes limpiezas étnicas. El objetivo era lograr que los nuevos Estados fueran lo más puros posible étnicamente hablando.
Quizá el ejemplo más claro fue el de Polonia, donde la población étnicamente polaca en 1931 rondaba el 70%, había minorías muy importantes en la zona oriental de bielorrusos y ucranianos. Después de 1945 las fronteras se movieron hacia el oeste y hubo grandes deportaciones de población. El país resultante pasó a ser un 99% étnicamente polaco.
Divide y vencerás: Vuelta a empezar en 1990
Tras la caída de los regímenes comunistas en los países de Europa oriental en 1989 el eco de lo ocurrido en noviembre de 1918 volvió a resonar con fuerza. Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumanía, Bulgaria, Moldavia, Ucrania y la República Democrática de Alemania recuperaban su «libertad». Con la caída del bloque comunista pudieron actuar de nuevo con auténtica independencia.
El nuevo proceso de redefinición territorial comenzó en 1990 con la Reunificación alemana. En Europa los nacionalismos se reactivaron y contribuyeron a la disolución de la URSS en 1991. Con la nueva caída del imperio ruso surgieron numerosos pequeños estados: Letonia, Estonia, Lituania, Bielorrusia y Ucrania (por no hablar de lo que ocurrió en el Cáucaso y Asia central).
En 1993 Checoslovaquia se dividía de forma pacífica en la República Checa y la República de Eslovaquia. El enorme contraste con lo que estaba sucediendo al mismo tiempo en Yugoslavia era evidente. Mientras los eslavos del sur se daban un baño de sangre, checos y eslovacos demostraron que la división de un país no tiene por qué ser traumática. Aunque es cierto que parte de la población no estaba de acuerdo ello no significó ningún conflicto.
Nuevamente los nacionalismos: Ucrania, Rusia y Europa
Sin embargo, parece que todo este baile de fronteras está lejos de acabar. La actual situación a orillas del Mar Negro nos devuelve a una realidad mucho menos idílica que la vivida en Checoslovaquia y demasiado cercana a la tragedia yugoslava.
Desde 2014 las regiones ucranianas de Donetsk y Lugansk, fronterizas con Rusia, han vivido una situación de guerra civil, enfrentadas al gobierno de Kiev. Ese mismo año Crimea fue invadida y anexionada a Rusia que, en 2022, decidió intervenir directamente en el conflicto ucraniano, invadiendo los territorios rebeldes a Kiev, entre otros. El resultado fue el estallido de una nueva guerra a las puertas de la Unión Europea.
Tras dos años y medio de guerra contra las tropas rusas, la moral de la población ucraniana comienza a resentirse seriamente. A pesar de que en las últimas noticias del día 8 de agosto de 2024 afirman que las tropas rusas llevan combatiendo varios días en Kursk contra incursiones del ejército ucraniano, el estancamiento generalizado ha hecho que la población en Ucrania sea cada vez más reticente al reclutamiento, como publica BBC, se ha convertido en un problema muy grave. Además, el 32% de la población acepta ya con resignación que la cesión territorial puede ser una buena opción para lograr la paz, como publicó el diario El Mundo en un artículo del 23 de julio de 2024.
¿Nos pueden estar arrastrando los nacionalismos hacia una nueva guerra generalizada en Europa? Los resultados en las últimas elecciones al parlamento europeo muestran un gran aumento del peso de los partidos nacionalistas en Francia, Austria, Alemania… En total consiguieron 142 diputados, algo nunca visto hasta entonces.
Las consecuencias del nacionalismo en Ucrania han sido devastadoras, millones de personas han perdido sus hogares y han tenido que huir. Países como Polonia y Rumanía han tenido que hacer frente a una marea de refugiados que los ha llevado al límite económica, social y políticamente. Esta es una de las causas que ha provocado un auge de estas ideas que hace unos años era difícil de imaginar.
Superar el nacionalismo nos acerca a un futuro más pacífico
Superar los ideales del nacionalismo es una misión realmente complicada. Todos sabemos que cuando se toca los sentimientos, desaparece la razón. Sin embargo, como dijo Samuel Johnson en 1775 «el patriotismo es el último refugio de un canalla». Los nacionalismos y los patriotismos han sido utilizados vilmente por gente sin escrúpulos para ocultar sus verdaderos intereses. Siempre nos han llevado al enfrentamiento y a unas aventuras con un final imposible de prever.
Lo que está viviendo Ucrania debería ser un recordatorio de los sufrimientos y destrucción que pueden desatarse con el triunfo de los nacionalismos. No dejo de preguntarme qué sentido tienen estas ideas en un mundo como el europeo en el que las sociedades son cada vez más plurales, más diversas, más mestizas. Cada vez más son el resultado de una mezcla de inmigrantes de diferentes países y continentes.
No nos dejemos embaucar por esos cantos de sirena, esa lacra decimonónica que no hace más que contarnos nuestras bondades y busca diferencias que justifiquen el enfrentamiento y el conflicto. Esforcémonos en configurar un futuro basado en la comprensión, la colaboración pero sobre todo la integración. Solamente así se puede generar la riqueza que garantice la estabilidad y la paz.