Era una bonita mañana de agosto en la campiña francesa no lejos de París. Se había firmado la defunción definitiva, pero el principio del fin había comenzado hacía casi exactamente seis años. ¿Se equivocaron de bando? Seguramente habría dado igual, todo indicaba que el destino hubiera sido prácticamente el mismo. Aquel caluroso 10 de agosto de 1920, cuatro hombres habían recibido el encargo del sultán Mehmet VI de representar al imperio otomano en la firma del tratado de paz con las potencias vencedoras en Sèvres. El gran visir Damat Ferid Pasha, el general Mehmed Haadi Pasha, el senador Riza Tevfik Bey y el enviado extraordinario y ministro plenipotenciario del imperio otomano en Berna, Reşat Halis Bey, caminaban con paso vacilante, sabían que habían puesto su firma a la sentencia de muerte y despiece del glorioso imperio otomano.
Todo parecía perdido: Estambul ocupada por las tropas extranjeras; británicos y franceses se repartían sus territorios en la costa de Levante y Mesopotamia; se promovía la creación de un Estado kurdo independiente; en el Cáucaso nacía la república de Armenia; las islas del Dodecaneso pasaban a control italiano y, lo peor de todo, los odiados griegos, a quienes se les había garantizado el control de la zona de Esmirna, avanzaban rápidamente desde la costa hacia el interior de Anatolia tomando a sangre y fuego aldeas y ciudades. Sin embargo, esta situación desesperada estaba a punto de cambiar de forma radical. Un héroe de guerra tomó el mando de lo que quedaba del ejército, Mustafá Kemal, Atatürk se convertía en el salvador y en el padre de la nueva Turquía.
Transición y lenta recuperación
Atatürk logró que poco a poco Turquía fuera avanzando y recuperándose mediante un proceso político social de gran envergadura y muy ambicioso. Con él se inició un proceso de occidentalización y laicización de la sociedad. Aprobando diferentes códigos (civil, penal, mercantil…) se formó una legislación moderna de estilo occidental. Se adoptaron los sistemas internacionales de calendario y horarios. Se sustituyó el alfabeto árabe por el latino y se prohibió el uso del fez en la administración, ambos considerados símbolos del anterior régimen.
Entre todos los cambios político-sociales que se promovieron destaca sin duda el cambio en el estatus de la mujer. En 1934 se aprobó el sufragio universal para todas las mujeres, adquiriendo tanto el derecho al voto como el derecho a ser elegidas como representantes en la Asamblea Nacional. Se intentó un sistema pluripartidista, pero fracasó.
En cuanto a la política exterior, siempre giró en torno a dos puntos fundamentales: recuperación de la soberanía total (ya que Estambul y los Estrechos estaban ocupados por las potencias vencedoras hasta 1936) y la paulatina recuperación de su influencia en el área del antiguo imperio otomano, especialmente enfocado en Grecia, Chipre y las fronteras con Siria e Irak. Para ello, tras la II Guerra Mundial, sería fundamental la entrada en la OTAN y sus relaciones con la Comunidad Económica Europea.
Después de Atatürk ¿qué?: Desarrollo, neutralidad y entrada en la OTAN
Cuando en 1938 murió Atatürk, el país se vio inmerso en un periodo de incertidumbre. Sin embargo, el camino hacia la occidentalización y la modernización era ya imparable. Durante la II Guerra Mundial Turquía logró mantener su neutralidad, basculando entre los aliados y las fuerzas del Eje hasta que en 1945 declaró la guerra a Alemania y a Japón.
La Guerra Fría fue el definitivo espaldarazo al desarrollo turco, con la entrada en la OTAN en el año 1952. Es curioso que su entrada se realizó al mismo tiempo que la de Grecia, su tradicional enemigo. Desde el principio, la relación entre Turquía y el resto de la OTAN ha tenido una doble cara. Se trataba de un aliado fundamental ya que tenía frontera directa con la URSS, pero a la vez era muy incómodo, debido a sus constantes desavenencias con Grecia.
El caso de Chipre es paradigmático, la situación llegó al límite en 1974 con la invasión de la isla por parte de tropas turcas lo que estuvo a punto de hacer estallar la guerra entre ambos países. A pesar de que algunos años más tarde se recuperaron las relaciones diplomáticas entre ambos países, la situación en Chipre sigue estancada. A día de hoy, el país está partido en dos y aloja una importante misión de la ONU que intenta evitar que surjan nuevos enfrentamientos entre ambas comunidades. Además, los británicos siguen conservando una importante base militar.
Turquía y la UE: una espera interminable
Poco después de entrar en la OTAN, Turquía se propuso un nuevo destino, la entrada en la Comunidad Económica Europea. El crecimiento económico y político fue lento pero constante en las últimas décadas del s. XX, continuando por la senda marcada por Atatürk. Poco a poco fue además convirtiéndose en un destino turístico importante.
El paso al nuevo siglo supuso para Turquía un cambio drástico en su situación. Por fin, desde que se firmaron los primeros acuerdos para llevar a cabo una unión aduanera con la Comunidad Económica Europea (allá por los años 60), se aceptó la candidatura turca para entrar en la UE. El proceso se había retrasado mucho debido a múltiples factores como la gran diferencia económica y cultural con los países de Europa occidental y el final de la Guerra Fría, en que la UE priorizó el acercamiento a los países europeos del antiguo bloque comunista. En 2005 Turquía ya cumplía los criterios de adhesión y se inició el proceso para su entrada en la UE.
Sin embargo, en 2015 todo empezó a complicarse. Las crisis migratorias convirtieron a Turquía en un país fundamental para la UE, recibiendo cuantiosos fondos para la gestión de todos aquellos migrantes que intentaran cruzar de forma ilegal a la UE a través de la frontera griega. En la UE no han estado nunca muy contentos con dicha gestión. Se considera que ha estado utilizando esas olas migratorias como arma de presión para conseguir más financiación.
Por si fuera poco, en 2016 se produjo un fallido golpe de estado contra el gobierno. Esto supuso un retroceso democrático importantísimo en el país y, tras un referéndum, un gran aumento del poder de Erdogán que, además, se está mostrando cada vez más proislamista. El Parlamento Europeo pidió que se congelasen las negociaciones para la adhesión turca a la UE, cosa que ocurrió en 2018.
Desde 2023 la situación parece haber cambiado, el mismo Erdogán ha hablado de retomar las negociaciones, como publicaba Europa Press en un artículo de finales de 2024. Turquía es un país clave para el control de la emigración y la lucha antiterrorista. Además, el dinero prometido por la UE le vendrá muy bien para paliar la crisis económica que sufre Turquía.
A pesar de todo esto, la integración turca parece estar lejos. Desde Europa se destaca el retroceso democrático en todos los órdenes sufrido en los últimos años. Pero hay otros muchos problemas que vienen de lejos: la situación en Chipre; demográficamente se convertiría en el país con más peso de la Unión con sus 85 millones de habitantes, sería el país con más escaños en el Parlamento Europeo; las cuestiones culturales y religiosas… Surge a menudo la pregunta de si puede considerarse a Turquía como un país Europeo.
Renacimiento de la influencia regional y acercamiento a China y Rusia
Desde hace décadas Turquía cuenta con el segundo ejército más numeroso y mejor equipado de la OTAN. Su entrada en la organización fue clave para la alianza por tener frontera directa con la URSS. Sin embargo, sus eternas tensiones con Grecia han convertido a Turquía en un aliado incómodo.
En los últimos años se ha convertido en lo que podríamos llamar un «verso libre», especialmente desde el estallido de las guerras en Siria y en Ucrania. Su intervención de manera más o menos directa en ambas ha incrementado su influencia en la zona que antaño dominaba el imperio otomano. En el caso de la guerra de Ucrania, ha actuado en numerosas ocasiones como intermediario entre Rusia y Ucrania. En lo referente a la guerra civil siria, se rumorea con insistencia que la victoriosa ofensiva del grupo islamista Organización de Liberación del Levante (Hayat Tahrir al-Sham o HTS) fue organizada por los servicios de inteligencia turcos. Esto le ha convertido en uno de los grandes ganadores (por ahora) del conflicto al sur de sus fronteras.
A todo esto hay que añadir el panturquismo o neootamanismo impulsado por Erdogán y la victoria de Azerbaiyán sobre Armenia, o lo que es lo mismo, sobre la influencia rusa en el sur del Cáucaso. Ankara no esconde que pretende aumentar su influencia más allá, acercándose a los pueblos túrquicos hermanos de las antiguas repúblicas soviéticas del centro de Asia.
El gobierno de Erdogán ha mostrado también un gran interés en el acercamiento a China. El problema de la represión de los Uigures (pueblo étnicamente túrquico) no parece algo insalvable para Erdogán. Fortalecer la conexión con China y dinamizar el tráfico comercial por la nueva Ruta de la Seda es algo fundamental para ambas partes. Para ello, en 2024 se pidió formalmente el ingreso en el grupo de los BRICS, liderados por China y Rusia.
Este viraje de la política económica y geoestratégica de Ankara en los últimos meses preocupa y mucho a los EEUU por motivos obvios. Aunque su embajador, Jeff Flake, afirmó que esto no alteraría su relación con Occidente, parece difícil puesto que se trata de un aliado indispensable para la seguridad en el Mediterráneo Oriental, en Oriente Próximo y el Mar Negro.
Un pasado decadente frente a un futuro prometedor
En poco más de tres generaciones la situación turca ha cambiado de forma drástica. Después de que todo pareciera perdido, Turquía ha resurgido. A pesar de que, económica y políticamente, aún está lejos de equipararse a sus vecinos europeos, no cabe duda de que ha tenido un crecimiento muy importante. Esto, junto a su gran poder militar, ha hecho que su influencia en la geopolítica mediterránea y asiática haya aumentado de forma exponencial.
Desde hace años ha mostrado una actitud realmente independiente y tendente a la expansión hacia el centro de Asia, buscando un acercamiento a China para diversificar su economía y mejorar su papel en la escena mundial. También se ha visto un acercamiento a su tradicional rival, Rusia, que ve con buenos ojos su posible entrada en el grupo de los BRICS.
Todo esto puede suponer un cambio drástico en los sistemas de alianzas que han imperado desde el final de la II Guerra Mundial. El peso militar y geoestratégico turco es realmente importante ya que es el segundo mayor y mejor equipado de los ejércitos de la OTAN. Solo el tiempo nos dirá si estamos viviendo un cambio radical en el statu quo internacional y el destino que esto nos puede deparar.