Los cachorros es una obra de Mario Vargas Llosa que se publica en Perú en el año 1967. La historia se desarrolla en la ciudad de Lima, Perú, y gira en torno a la vida de cinco jóvenes. Uno de ellos es brutalmente atacado por un perro y sufre daños en la zona genital. A lo largo del relato, se aprecia cómo este hecho le repercute en diversos aspectos y cómo esto cambia su vida para siempre.
Para componer la narración, Vargas Llosa parte de un suceso real que leyó en el periódico: en algún lugar de Perú, un chico fue mutilado en la zona genital por un perro. Esto le vale como punto de apoyo al autor para empezar a construir el personaje de Pichulita Cuéllar y guiar los sucesos de la historia. A través de los ojos de estos personajes, el lector puede acercarse a la vida de colegio, a los problemas de adaptación, a la pequeña burguesía de Lima, a las distintas formas de ocio y a la vida cotidiana de los limeños.
La novela Los cachorros está muy relacionada con La ciudad y los perros, del mismo autor. Sin embargo, presentan rasgos opuestos. En La ciudad y los perros, la palabra “perro” hace referencia al hombre-animal que sucumbe a los instintos más primarios. En cambio, en Los cachorros, la palabra “cachorro” hace referencia al adolescente que tiene como objetivo principal encajar en un grupo y ser aceptado por sus semejantes. Mientras que el perro simboliza la brutalidad, el cachorro representa la inmadurez y, en cierto grado, la inocencia de los jóvenes.
Siguiendo esta línea, a lo largo de la historia se puede apreciar cómo los personajes abandonan esa inocencia infantil y transitan a lo largo de las diversas etapas que conducen a la vida adulta. Sin embargo, Cuéllar experimenta una serie de altibajos que le dificultan avanzar al mismo ritmo que sus compañeros. Su impedimento es físico, ha sufrido una castración y esto no le permite sentirse cómodo con su masculinidad. Vargas Llosa muestra de forma muy clara los diversos ritos que conducen desde la infancia hasta la madurez, pero Cuéllar no es capaz de adaptarse a ninguno de ellos.
Inicialmente, Cuéllar llega como nuevo alumno al colegio Champagnat. Se gana la admiración de sus compañeros por su habilidad en el deporte y estos le acogen y le aceptan como uno más del grupo sin mucho esfuerzo. Juegan juntos al fútbol, pasan las tardes en compañía los unos de los otros e incluso entrenan para entrar en el equipo deportivo del colegio. Esta situación se trunca después del accidente con el perro. Sin embargo, los amigos no rechazan a Cuéllar: le visitan en el hospital y le explican que le han vengado “Ellos lo estábamos vengando, Cuéllar, en cada recreo pedrada y pedrada contra la jaula de Judas y él bien hecho, prontito no le quedaría un hueso sano al desgraciado” (p.5). Irónicamente, el accidente parece beneficiar a Cuéllar hasta tal punto que sus compañeros desean que también les hubiera mordido el perro a ellos: los profesores son más indulgentes, sus padres son más generosos con las pagas e incluso el resto de compañeros le trata mejor. Sin embargo, Cuéllar sufre una doble castración: la del perro y la de su grupo social. Es decir, el hecho de encontrar repentinamente tantas facilidades hace que se sienta desvinculado del grupo y de la realidad en la que vive. Esta situación de disociación llega hasta el punto de que el propio Cuéllar acepta el apodo con el que pretenden mofarse de él, “pichulita”, y lo asume como propio. Cede ante la burla para seguir formando parte del grupo social.
Pese a la aparente superación de esta crisis, la situación vuelve a empeorar con el paso de la infancia a la preadolescencia. Sus amigos dejan de jugar tan frecuentemente al fútbol, empiezan a vagar por la ciudad, participan en la vida social asistiendo a fiestas de cumpleaños y empiezan a interesarse por las chicas. Sin embargo, Cuéllar se aísla y no forma parte de todos estos procesos. Para llamar la atención empieza a comportarse mal y riñe frecuentemente con sus amigos. Es posible que sienta frustración al ver que ellos han evolucionado, pero él se ha quedado estancado. Esta situación resulta muy irónica porque es el propio Cuéllar quien ha forzado este aislamiento: es el único que permite que el incidente con el perro siga marcando profundamente su vida. Incluso, a lo largo de la historia, se deja entrever que no todo el mundo conoce lo que sucedió con el perro, por tanto, no hay razón aparente que respalde la profunda vergüenza que siente Cuéllar: únicamente sus padres, sus amigos y él mismo saben que fue mutilado.
Esta situación de profunda amargura parece mejorar con la llegada de Teresa Arrarte. El protagonista se enamora y vuelve a comportarse de forma apropiada: es educado, atento, alegre y sociable. Recuerda al Cuéllar del inicio del relato, el niño que llegó nuevo al colegio y logró hacer amigos sin ningún esfuerzo. Sin embargo, el amor que siente por Teresa queda completamente frustrado porque él es incapaz de confesar lo que siente: sus amigos le animan a declararse y las parejas de ellos le aseguran que Teresa aceptará su proposición porque también está enamorada, pero Cuéllar no logra reunir valor suficiente para hacerlo. Finalmente, Teresa se cansa de esperar una petición que no llega y acepta salir con Cachito
Arnilla. Esta situación termina de hundir los ánimos de Cuéllar y vuelve a cometer imprudencias para reafirmar su masculinidad: bebe en exceso, conduce de forma temeraria y salta olas cuando el mar está extremadamente agitado. En otras palabras, el personaje sufre un receso involutivo y muestra un comportamiento de carácter infantil.
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Con el paso del tiempo, las parejas de amigos se van afianzando y encuentran nuevos intereses en la vida adulta. Pero este no es el caso de Cuéllar: frecuenta bares, participa en carreras de coches ilegales, acude a burdeles e incluso prefiere la compañía de adolescentes a la de sus semejantes. Resulta evidente que el protagonista se niega a crecer y por eso se comporta como un niño. Eventualmente, este tipo de actitudes genera el rechazo de sus amigos. Esto puede apreciarse en “Desde entonces nos veíamos poco y cuando Mañuco se casó le envió parte de matrimonio sin invitación”. Cuéllar queda completamente sesgado del grupo social por su incapacidad para adaptarse y termina viviendo casi como un ermitaño. Finalmente, sus imprudencias le conducen a morir en un accidente de coche.
Aunque la vida de Cuéllar es desgraciada, la de sus amigos no resulta mucho mejor. Todos sucumben a la presión social de acabar los estudios, encontrar pareja, formalizar la relación, casarse y tener hijos. Sus vidas son paralelas, intercambiables y sin ningún tipo de emoción auténtica. En este sentido, antes de empezar a llevar una vida de excesos, Cuéllar estuvo más cerca que sus amigos de la verdadera felicidad: logró desafiar los constructos sociales y, aunque de forma breve, disfrutó plenamente de la vida cuando estaba enamorado de Teresa.
En conclusión, Vargas Llosa construye la historia sobre un acontecimiento que, pese a
no tener consecuencias devastadoras a corto plazo, marca profundamente la evolución del
personaje. Aunque inicialmente lucha por ser aceptado en el grupo social, eventualmente
sucumbe a una existencia anodina e insulsa que termina por conducirle a la muerte.
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