La mágica aventura de viajar en tren

Llevábamos una hora volando por la llanura costera entre Nagoya y Tokyo, a orillas del Océano Pacífico. El afilado pico de pato del shinkansen va reduciendo su velocidad. Suenan unas campanas, nos acercamos a una estación. La megafonía lanza un largo mensaje en japonés, seguido de uno mucho más escueto en inglés: «Por favor, no olviden sus pertenencias. La próxima estación: Shin-Yokohama.» Se abre la puerta del vagón y entra el revisor, serio y uniformado de forma impecable. Tras un pequeño discurso, apenas audible, hace una reverencia inclinando la cabeza y cruza el pasillo. Al llegar a la puerta opuesta se gira, recita unas palabras, inclina nuevamente la cabeza y continúa con el siguiente vagón. Qué lejana queda esta cortesía de las de otros países. Es una de las cosas más llamativas que he visto en mis viajes en tren. La aventura de viajar en tren es mágica.

Siempre he sentido cariño por los trenes, esas serpientes metálicas y ruidosas que pasaban veloces por las vías junto a mi escuela. De hecho, el primer regalo que me trajeron los Reyes Magos del que tengo memoria es un pequeño tren eléctrico de plástico. Tenía una locomotora verde y un par de vagones color granate con el techo plateado. Daban vueltas y más vueltas en un pequeño recorrido en el que había un par de cambios de aguja.

Cuando nací, hacía pocos años que se habían apagado las calderas de los últimos trenes de vapor en España. El último circuló en 1972 y lo hizo tirado por una locomotora de la serie 241F-2251 que Renfe había puesto en circulación durante la posguerra. Las llamaban “atómicas” o “bonitas” y creo que no les faltaba razón con el segundo apelativo. Nací demasiado tarde, pero aún no se había terminado del todo el romanticismo de los viajes en tren, eso vendría con la alta velocidad y el ocaso y desaparición de los trenes nocturnos.

Las locomotoras «atómicas» o «bonitas» fueron las ultimas de vapor que tiraron de los trenes de RENFE en España.
Fuente: trenesytiempos.blogspot.com

Historias y encuentros inolvidables

Rememoro y reúno las vivencias de mis viajes en tren. En ellos se experimentan esas pequeñas aventuras y anécdotas que sazonan la vida de los viajeros, pero que escasean en la de los turistas. Tantas veces me asaltan recuerdos de conversaciones con personas que se cruzaron en mi camino durante unas horas. Como aquella mujer con su pequeña hija, entre Tánger y Asilah, a quienes ofrecimos unos dátiles, y la madre nos pidió ayuda para atornillar una de las patillas de sus gafas. O aquel señor que volvía a casa de trabajar en un Cercanías entre Hiroshima y Miyajima, que, probablemente, no había visto a muchos occidentales en su vida y nos interrogó sobre nuestro viaje. Las largas horas entre Salerno y Pisa en un compartimento de un intercity dan para mucho, especialmente cuando se viaja con una anciana monja y su joven sobrina-nieta, quienes me ofrecieron algo de fruta y conversación, al ver que yo, un estudiante, tenía libros para leer pero no comida para pasar un largo día de viaje. Es increíble lo curiosa que puede volverse la gente en un vagón de tren cuando ven a un extranjero que les parece exótico. Muchas veces solo es necesario conocer unas pocas palabras en algún idioma común para comunicar el interés o los consejos más adecuados. 

El sabor de la infancia

El tren es mi medio de locomoción de media-larga distancia favorito. Hubo épocas en las que fue mi compañero habitual de viaje. Su velocidad permite admirar el paisaje y, si hay vagón restaurante, tomar un café o comer algo. Te permite estirar las piernas por el pasillo y observar quiénes son tus compañeros de travesía, jugar a las cartas, leer… El viaje se saborea.

Recuerdo mis primeros viajes escolares. Eran cortos, pero para un niño de 8 años los 25 kilómetros que separan Santander de Liérganes pueden encerrar la experiencia más excitante de su vida. Seguro que habéis pasado cientos de veces junto a alguna estación de trenes. El sonido chirriante y metálico del ferrocarril es, para mí, sinónimo de viajes, emoción, aventuras, nuevas experiencias. ¿Qué niño, al ver pasar un tren, no ha soñado con recorrer las interminables llanuras norteamericanas llenas de bisontes y de indios? o las nevadas estepas de Siberia, siguiendo el camino que hizo Miguel Strogoff.

Desde que era pequeño las excursiones en tren siempre fueron mis favoritas. La llegada a la estación, la larga y feliz fila de niños caminando por el andén, el jolgorio al escoger el asiento en el vagón. Suena el silbato del jefe de estación y el tren empieza a ponerse en marcha lentamente; todo es algarabía y alegría. Cuando se despistaban los maestros, escapábamos para quedarnos en los espacios entre vagón y vagón o visitábamos los baños, donde veíamos pasar velozmente los travesaños de las vías al pisar el pedal del retrete, que abría un agujero al fondo para dejar caer… O, ya siendo adolescente, las excursiones veraniegas, las fiestas de los pueblos, los conciertos. Aquel traqueteo tan adormecedor, que es tan difícil escuchar en los trenes actuales, sigue siendo uno de mis sonidos favoritos. Eran otros tiempos; viajar en tren era aún algo pausado, incluso conservaba ciertos aires románticos.

El lujo y la leyenda más literarios: el Orient Express

Recuerdo que aún pude viajar en el mítico Talgo que hacía la línea Santander-Madrid hasta el año 2007. La gran cantidad de nieve acumulada en tierras palentinas ralentizaba el viaje hasta casi detener el convoy. Recuerdo pasar por Frómista y ver la iglesia de San Martín totalmente blanca, envuelta una aureola singular. Era una postal de otros tiempos. Me vino a la mente una de mis novelas favoritas, Asesinato en el Orient Express. Aunque el cine no le ha hecho justicia, esas adaptaciones nos permiten entrever cómo era viajar en ese mítico tren de lujo durante el periodo de entreguerras. En aquella época aún conservaba ese aura de clase y exclusividad.

Invierno de 1888, el Orient Express, a pesar de la complicada situación política en los Balcanes, ya llegaba hasta Constantinopla directamente desde Londres.
Fuente: alamy.com
Invierno de 1888, el Orient Express, a pesar de la complicada situación política en los Balcanes, ya llegaba hasta Constantinopla directamente desde Londres.
Fuente: alamy.com

La situación que se narra en la novela en la que el convoy se ve bloqueado por la nieve, realmente sucedió, aunque de una forma mucho más dramática (sin asesinato de por medio). Ocurrió en el invierno de 1929. El Orient Express había pasado ya la frontera entre Bulgaria y Turquía y se dirigía lentamente hacia Estambul. Por culpa de la intensa nevada quedó bloqueado a pocos kilómetros de una estación. Durante casi una semana, fue completamente imposible salir del tren. Finalmente, se pudo organizar una expedición que llegó a un pueblo cercano. Allí se consiguió algo de comida y se pudo dar aviso a las autoridades, que enviaron un equipo de rescate. Aunque parezca increíble, nadie se había dado cuenta de que el Orient Express no estaba retenido en ninguna estación, sino en medio de la nada.

Ese tren fue lugar de encuentro de muchos famosos y diplomáticos y lo utilizaba a menudo la realeza europea para sus desplazamientos. Pero también fue un nido de espías durante las guerras mundiales y la Guerra Fría. Uno de los casos más enigmáticos fue el de Simon Parke, en 1950. Era un oficial de la marina de los EEUU que viajaba entre Viena y París. Aquel hombre desapareció del tren sin dejar rastro. Era amigo íntimo de Robert A. Vogeler, un empresario estadounidense encarcelado por los comunistas en Hungría en 1949, acusado de espionaje. El cuerpo del capitán de la marina estadounidense se encontró totalmente desfigurado en un túnel cerca de Salzburgo. Era imposible que se hubiera caído por accidente del tren, además, su pasaporte había desaparecido. James Bond también viajó en él en Desde Rusia con amor, pero sin duda, la realidad casi siempre supera a la ficción.

El Orient Express comenzó su decadencia después de la II Guerra Mundial. No se recuperaría, y su último trayecto se realizó en 1977. Sin embargo, pocos años después, se produjo un giro del todo inesperado: el magnate estadounidense James B. Sherwood, fascinado por su leyenda, decidió que había que resucitarlo. Obsesionado con él, logró que el 25 de mayo de 1982, sonara de nuevo el estridente silbato de su locomotora. El Venice Simplon-Orient-Express volvía a surcar las vías europeas entre Londres y Venecia.

El sueño de Georges Lambert Casimir Nagelmackers se hizo realidad en 1883. El primer convoy inició su andadura desde la Gare de l’Est de París. Aquel tren estaba destinado a unir Londres y Estambul en cuatro días. Apostó por introducir los vagones ideados por Georges Pullman en los EEUU y pronto fue un rotundo éxito entre la clase alta europea. Aquello suponía un reto enorme. Requería la unificación de estándares ferroviarios (anchura de vías, señalización…) para que el caballo de hierro de Nagelmackers atravesara gran parte de Europa. Se cumplía un sueño, el de derrotar a las fronteras europeas. Las interminables y glamurosas playas de Ostende se convirtieron en lugar de vacaciones para muchos vieneses. La Primera Guerra Mundial pareció que pondría fin a esta maravillosa idea, sin embargo, en 1918 se reanudó el servicio. Las nuevas fronteras en Centroeuropa y los Balcanes solamente entorpecieron su camino, pero el sueño continuó más vivo que nunca.

Cuando voy al vagón cafetería de alguno de nuestros trenes de alta velocidad no puedo evitar pensar que hoy en día los trayectos son breves y se dispone de neveras y microondas. Pero ¿Cómo lograban los cocineros de trenes tan lujosos como el Orient Express ofrecer alta cocina a los exquisitos viajeros de finales del s. XIX? Me resulta muy difícil imaginar la labor de un cocinero con estrella Michelín en la angostura de una cocina de un vagón de tren de hace 130 años.

En España podemos encontrar varios trenes de lujo que siguen la estela de ese mítico tren. Renfe puso en funcionamiento en los años 80 el Transcantábrico y el Al Andalus Express. Es un verdadero lujo contar con estos convoyes en la geografía española. Sin embargo, es una pena que sean precisamente eso, un lujo inalcanzable para la mayoría.

El lujo del Transcantábrico es también espectacular, con coches construidos hace más de un siglo. Emular al Orient Express es posible.
Fuente: eltrentranscantabrico.com
El lujo del Transcantábrico es también espectacular, con coches construidos hace más de un siglo. Emular al Orient Express es posible.
Fuente: eltrentranscantabrico.com

La peculiaridad tiene un nombre: Italia

Recuerdo mi primer viaje largo en tren. Partimos de Hendaya en una tarde muy lluviosa de septiembre, en dirección a Pisa. Pasamos la noche atravesando el sur de Francia. Cuando amanecimos nos encontrábamos ya cerca de Mónaco. Del diminuto principado no puedo contar nada ya que casi nada vimos. El tren pasó a través de un largo túnel excavado en la roca en el que, de cuando en cuando, se abrían grandes huecos por donde penetraba la intensa luz mediterránea y se veían algunos edificios. Poco después cruzábamos la frontera y en Ventimiglia debíamos hacer transbordo a un tren italiano.

Era mi época de estudiante y llegaba para pasar todo el curso, que al final se convirtió en un año completo. Mi equipaje llenaba dos viejas maletas de piel, una de ellas tenía cuatro ruedas diminutas, la otra tenía más años que yo y había que llevarla a pulso. Pesaban muchísimo y dentro transportaba un cargamento de embutidos que alertó a un simpático pastor alemán que vigilaba el tránsito de pasajeros en los pasillos entre andenes. Junto al perro había un guarda de finanzas con uniforme gris y cara de pocos amigos que me miraba sorprendido, sin duda no daba el perfil de alguien que llevaba “cosas raras” encima.

Casi pierdo el tren abriendo las maletas para mostrar las viandas en la oficina de policía de la estación. Afortunadamente llegué a tiempo a mi vagón gracias a la falta de puntualidad de los trenes italianos. En aquel país, los horarios que aparecían en los grandes tablones llenos de pequeñas piezas giratorias eran orientativos. Siempre se ha dicho que la puntualidad de los transportes marca lo civilizado que es un país, pero yo creo que eso se lo inventó algún germano o anglosajón, que pretendía darse importancia, Italia es una de las madres de la civilización occidental y a la puntualidad jamás se le dio tanta importancia.

Recuerdo como, en Sicilia, llegamos a la estación de Giardini Naxos, junto a la bellísima Taormina, que cuelga de su balcón sobre el mar. Mientras nos acercábamos a la estación, vimos como el tren emprendía la marcha y se perdía en el horizonte. No sabíamos cuánto tiempo tardaría en llegar el siguiente. Nuestra cara debía de ser la viva imagen de la desesperación cuando el jefe de estación se aproximó a nosotros. Con esa parsimonia tan típica de los funcionarios mediterráneos, miró los billetes y nos dijo con toda la tranquilidad del mundo que aún no había pasado el nuestro. El que habíamos visto partir hacía escasos minutos venía de Milán y llevaba 8 horas de retraso.

En Japón sería impensable, todo está milimétricamente calculado. Tanto que los andenes del shinkansen tienen marcados no solo el número del vagón que se detendrá allí, dependiendo del modelo de tren, sino que esas marcas están situadas exactamente en el lugar donde se abrirán las puertas. Sin duda prefiero cierta impuntualidad mediterránea a la extremada y obsesiva eficiencia japonesa, aunque todo tiene su encanto.

En Italia me he encontrado con una de las cosas más curiosas en temas ferroviarios, el paso del estrecho de Messina. Era algo que no me esperaba, aunque parezca mentira, no me había planteado cómo íbamos a cruzar de Calabria a Sicilia. Sabía que lo haríamos en ferry, pero esperaba que la estación de trenes estuviera junto a la marítima, donde tomaríamos el barco y, al otro lado del estrecho, nos esperaría un nuevo convoy ferroviario en el que continuar el viaje. El estrecho apenas tiene 3 kilómetros de anchura. Sin embargo, nada más lejos de la realidad.

Nos habían contado que la idea de hacer un puente que comunicara Sicilia con el resto de Italia llevaba en mente de mucha gente desde hacía décadas. Sin embargo, los intereses de la Cosa Nostra y de la ‘Ndrangheta lo habían hecho inviable. Es curioso que el fascismo de Mussolini fuera el que intentara terminar con la lacra mafiosa, mientras que fueron los americanos, durante la II Guerra Mundial los que la potenciaron, usándola como “quinta columna” para la conquista de Sicilia y más tarde del sur de Italia. 

Pues no, no había puente, fuera o no cierta esa influencia mafiosa. Y sin embargo, tampoco íbamos a cambiar de tren. Por extraño que parezca, el trayecto continuaría en el mismo viejo intercity que, proveniente del lejano y nublado norte, habíamos abordado en Pisa. ¡El tren iba a surcar los mares a bordo de un gran navío! No se me había pasado por la cabeza que aquel largo convoy pudiese navegar en la panza de un barco. La operación de desensamblaje duró bastante tiempo, no lo recuerdo pues fue en plena noche y estábamos medio dormidos. Sin embargo, cuando todo hubo concluido y sonó la bocina que indicaba que zarpábamos, no dudamos en subir a cubierta a disfrutar de la brisa marina que tanto había echado de menos en Pisa. ¡Qué paradojas! Pisa, una de las cuatro Repúblicas Marineras (junto a Génova, Amalfi y Venecia), es la única que se encuentra tierra adentro, a unos kilómetros de la desembocadura del Arno en el mar Tirreno, en Livorno.

Era noche cerrada aún, subimos por turnos a cubierta. Nuestro compañero de piso, Ángelo, nos había advertido que, después de pasar Roma, no nos podíamos fiar de nadie y que, si podíamos, atrancásemos la puerta del compartimento o por lo menos que no lo dejásemos vacío. Ángelo es el típico napolitano, cocinero, que las ha visto de todos los colores y se las sabe todas, por lo tanto, era mejor hacer caso de sus consejos y dejar el romanticismo para otro momento.

Es realmente increíble, pero de alguna manera hay que cruzar a Sicilia. El tren navegará en la panza de un ferry
Fuente: viajar.elperiodico.com
Es realmente increíble, pero de alguna manera hay que cruzar a Sicilia. El tren navegará en la panza de un ferry
Fuente: viajar.elperiodico.com

Reinaba la calma. A pesar de que nunca hay que fiarse de la mar, el Mediterráneo no es el Atlántico. El olor a salitre lo inundaba todo. Desde cubierta aún intuíamos la línea de costa calabresa a popa. A proa, en la lontananza, unos puntos de luz marcaban nuestro destino, Messina. El proceso de embarque y desembarque del tren fue largo y laborioso. Aunque al llegar a puerto aún no había amanecido, cuando el silbato del jefe de estación respondió al pitido de la locomotora, la rosácea luz de la aurora se había transformado ya en una soleada mañana estival. Lentamente nos pusimos en marcha. Faltaba poco para que llegásemos a nuestro primer destino, la bellísima y mítica Taormina, que parece colgada de la montaña sobre el mar y a la que hay que subir en teleférico (o en autobús).

El Transiberiano: Un desafío maravilloso

Además del Orient Express, uno de mis sueños viajeros es el Transiberiano. No se trata de un solo tren sino de una ruta que tiene muchos tramos. Es necesario sacar un billete para cada uno. También tiene variantes, el Transmongoliano, con destino Peking a través de Mongolia; y el Transmanchuriano, que atraviesa Manchuria con dirección a la capital china.

Tampoco se trata de un tren de lujo, sino de trenes normales. Aunque también existe la versión de superlujo, con trenes como el Golden Eagle. Desde el módico precio de 15.700€ por persona (eso sí, sin contar con los extras) puedes disfrutar como un antiguo noble imperial. En su recorrido, se detiene en ciudades intermedias como Irkutsk. A Miguel Strogoff, el valeroso correo del zar, le habría venido estupendamente, pero claro, nos habríamos quedado sin una de mis novelas favoritas. Aquella fantástica aventura de lucha y superación, narrada por Julio Verne, a través de las estepas no tendría nada de particular si discurriera en un lujoso vagón de tren.

Recorrer esos paisajes maravillosos al ritmo pausado de la máquina de vapor es sin duda una experiencia incomparable.
Fuente: goldeneagleluxurytrains.com
Recorrer esos paisajes maravillosos al ritmo pausado de la máquina de vapor es sin duda una experiencia incomparable.
Fuente: goldeneagleluxurytrains.com

El Transiberiano fue el gran proyecto de un excéntrico empresario, el Conde Sergei Yulyevich Witte. Se convirtió en un proyecto vital para la economía del país, poniendo más cerca que nunca los inmensos recursos naturales siberianos. Este esfuerzo titánico se inició en 1891, recorriendo el corazón de Asia, atravesando Manchuria y llegando a Vladivostok. Rusia, como las demás potencias occidentales, presionó y obtuvo su esfera de influencia en China. El conflicto con Japón se hizo inevitable, estaban demasiado cerca.

El recorrido más legendario de todos es el que lleva Moscú a Vladivostok a través de inmensos bosques, estepas y estepas sin fin. Es un recorrido de casi 7 días, más de 9000 km y 8 husos horarios. Hasta hace poco el número de turistas era reducido, en la situación actual posiblemente haya menos que nunca.

Viajar en tren es mucho más que un simple desplazamiento entre dos puntos, es convertir el propio trayecto en un destino y saborearlo gracias a su ritmo pausado. Se ha convertido en el medio de transporte de media-larga distancia más sostenible, y está en constante evolución. Viajar en tren, defender su uso, es toda una filosofía de vida que persigue ver el viaje como algo mágico e irrepetible.

Licenciado en Historia, la Universidad de Cantabria es su alma mater. Con un pedacito de su corazón entre España, Italia, Irlanda y Polonia. Conversador y amante de las pequeñas y grandes historias, de los viajes, de la lectura, del cine, de la escritura, del rugby, de la buena mesa y de la sobremesa. Ha trabajado como profesor de ELE/Historia y Cultura de España, guía turístico, traductor... Ahora, inmerso en una nueva reinvención, el destino le ha llevado a Bye Bye Viernes.

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