¿Puede una pequeña, tranquila y coqueta ciudad dejar una huella imborrable en tu mente? Lucca es una de las joyas menos conocidas de la Toscana. No es que sea poco valorada o que esté fuera de las hojas de ruta de las hordas de turistas sedientos de selfis que pueblan las calles de Italia durante todo el año. Simplemente vive a la sombra de San Gimignano, Siena, Pisa o la inigualable Florencia. Ocupa un lugar especial en mi memoria, por el espresso, la arquitectura y por una punzada en el corazón, algo que llevaré siempre conmigo.
Fue una preciosa tarde de octubre, un otoño realmente dorado, en que decidimos tomar un tren y visitarla. Todo el mundo destacaba que era bonita y agradable. Además, estaba muy cerca de Pisa, donde estudiábamos. Era un trayecto muy barato y, como buenos estudiantes, andábamos escasos de liras. Fue mi primera excursión fuera de la città della Torre Pendente. A media mañana tomamos el vetusto regionale de Trenitalia y media hora más tarde nos apeábamos a escasos metros de la bella muralla de ladrillo que rodea la ciudad antigua.
En aquella época del año se podía caminar por sus estrechas calles sin los agobios propios de los grupos de turistas que toman al asalto las ciudades italianas. En algunos rincones se puede disfrutar del silencio, roto en ocasiones por el acompasado sonido del caminar de unos zapatos de tacón o el murmullo de las conversaciones bajo los toldos de las terrazas. Esa es precisamente una de las cosas que más nos gustaba de esas pequeñas ciudades italianas, podías disfrutar de un café de verdad, no como en Roma, Florencia o Venecia. Llegabas a una cafetería, te sentabas en la terraza y pedías un espresso. En cuanto hablabas con los camareros en italiano, solían sonreír cómplices, «estos no son turistas» se decían, y te aplicaban el precio para italianos. El café en Italia es una religión.
1.- La muralla renacentista
Una de las cosas que más llaman la atención según entras en la ciudad antigua es lo bien conservada que está la muralla, se puede recorrer por todo lo alto puesto que se ha convertido en un agradable paseo con bonitas vistas donde se puede ver gente corriendo o en bicicleta y a familias degustando una tranquila merienda al sol. Aunque tienen sus orígenes en el s. II a. de C., la que podemos disfrutar hoy en día es del s. XVI. Uno de los mejores ejemplos de la arquitectura militar nacida para soportar la potencia de la artillería renacentista.
2.- La piazza dell’Anfiteatro
En el interior, lo más destacado es sin duda la ovalada plaza del anfiteatro. Es un espacio de fachadas amarillas y ocres que relucen al sol, dando aún más luminosidad a la tranquila y serena plaza. Como en tantos otros sitios los anfiteatros y teatros romanos fueron pasando de espacios de celebración de espectáculos a lugares de refugio durante los tiempos oscuros y violentos que siguieron al derrumbe del Imperio Romano. Los pocos habitantes que decidieron permanecer en las ciudades confiaron en la solidez de aquellos muros ante el gran aumento de la inseguridad provocada por las hordas bárbaras y las bandas de maleantes que pululaban por las antiguas calzadas.
3.- Cattedrale di San Martino
Como en todas las ciudades italianas hay multitud de iglesias. El Románico pisano es uno de los estilos arquitectónicos que más me gustan. Llama mucho la atención por sus galerías de arquillos ciegos que llegan a cubrir gran parte de la fachada en algunos casos. También su característica bicromía.
La Catedral de San Martín, es la joya arquitectónica más reconocida de la ciudad. Con su típica fachada del románico toscano, construida con hileras de arcos superpuestos y su alto campanario bicolor de cinco pisos. Las almenas que lo culminan le dan el aspecto de lo que en su tiempo fue una torre desde la que vigilar el horizonte. El interior es algo oscuro, como corresponde a la arquitectura románica, pero en lo alto de su nave central, lucen unas espléndidas bóvedas de crucería decoradas con unos frescos espectaculares. Es un buen sitio donde disfrutar del silencio y meditar de forma recogida tranquila.
4.- Chiesa di San Michele in Foro
Otra de las muchas iglesias de la ciudad. Me impactó por su espectacular fachada que tanto recuerda a las espadañas de las iglesias del norte de España, aunque mucho más grande, alta y elegante. Siguiendo la tradición constructiva del románico pisano, vuelve a estar llena de arcos de medio punto, hilera sobre hilera, hasta completar cuatro arcadas. Coronando el conjunto encontramos una impresionante estatua del arcángel San Miguel.
A pesar de que el románico se caracteriza por iglesias no muy altas, junto a sus puertas y sus altos arcos que las dan cabida, uno no puede evitar sentirse diminuto.
5.- Torre Guinigi
Otra de las grandes atracciones de las ciudades toscanas son las altísimas torres que flanquean sus iglesias o culminan sus palacios. En Lucca aún sobreviven algunas, de las cuales quizá la más peculiar es la llamada Torre Guinigi. Lo que sí podemos decir es que es la más curiosa, desde época renacentista cuenta con un jardín de encinas plantado a más de 40 metros de altura. Una leyenda cuenta que los dueños del palacio plantaron allí aquellos árboles para igualar en altura otra a otra torre de una familia rival. Seguramente lo hicieron simplemente para disfrutar de su agradable sombra durante los rigores del estío. Quién sabe cual fue la razón real, el caso es que desde allí la vista es espectacular.
Una punzada en el corazón
Después de disfrutar de las agradables vistas y descender por las estrechas escaleras del interior de la torre, a la vuelta de la esquina nos llamó la atención un letrero, «Museo storico della Guerra de Liberazione». ¿Guerra de la liberación?¿Qué era eso? ¡Éramos estudiantes de Historia en Italia y no habíamos oído hablar de esa guerra jamás! Nos picó la curiosidad y llamamos a la pequeña y vieja puerta puerta, casi escondida por unos frondosos arbustos. Nos abrió una señora de unos 70 años. Con una sonrisa amable nos indicó que la entrada para la torre estaba solamente a unos metros. Cuando supo que queríamos ver el museo se le iluminó la cara y nos invitó a pasar calurosamente. «Los turistas siempre pasan de largo», nos comentó con una gran sonrisa.
No recuerdo su nombre, tampoco su cara, pero sí su historia. Era judía y perdió a toda su familia en el campo de exterminio de Auschwitz. Unos números azules emborronados en su anciano brazo atestiguaban su paso por aquel infierno. Logró rehacer su vida en Italia y al final, después de la jubilación, acabó formando parte del personal voluntario del museo. Nos mostró orgullosa unas fotografías donde, junto a su marido, saluda al papa Juan Pablo II. En otra estaban junto Steven Spielberg durante el rodaje del inolvidable largometraje La Lista de Schindler. El museo era diminuto pero valió la pena, es importantísimo para conocer lo que fue la lucha de los partisanos contra el fascismo durante la ocupación alemana y antes de ella. Desde septiembre de 1943 Italia vivió una cruenta guerra civil.
Después de tantos años, no he podido olvidar aquel encuentro, aquella historia contada en primera persona. Mucho después visité el campo de exterminio donde su familia había sido aniquilada. Al pasar bajo el famoso Arbeit macht frei volvió a mi memoria con mucha más fuerza que otras veces aquella preciosa tarde de otoño en Lucca en la que disfrutamos del espresso, la arquitectura y me dio una punzada en el corazón.