Hará un par de semanas que por fin acabé Shameless. He tardado alrededor de un año en vérmela entera, algo bastante inusual en mí. Veréis, yo no soy de esos con capacidad de autocontrol para verme un episodio semanal con rigurosidad y sin excedencia. Pese a que ahora estoy cambiando esta tendencia, yo cuando me enamoraba de un producto audiovisual, lo consumía frenéticamente hasta que lo terminaba. Y así hice con esta serie estadounidense hasta su temporada 7 o así: no tardé más de un mes en llegar a aquel punto.

Y fue entonces cuando perdí el interés, porque al igual que cuando me enamoro veo contenido en velocidad récord, cuando me parece que el producto empieza a bajar de calidad, siento la imperiosa necesidad de abandonarlo. ¿Para qué seguir, con la cantidad de grandes series que hay ahí fuera?

Acabé volviendo, meses después, para acompañar a los personajes a los que tanto cariño había cogido, hasta el final de una serie que tuvo un tremendo potencial que no supo mantener.

¿De qué va Shameless?

Shameless sigue a la familia Gallagher, encabezada por Frank, un divertidísimo padre de familia alchólolico que junto a sus seis hijos,vive en el South Side de Chicago (la parte «chunga» de la ciudad). La serie trata de las peripecias de todos los integrantes de la familia para seguir adelante.

Entonces… ¿debería vérmela?

Os voy a responder un sí con matices. Lo cierto es que las primeras cinco o seis temporadas de Shameless son oro puro: divertidísima y de lo más entretenida, capaz de mantener a sus espectadores en vela al hacerlos empatizar con sus protagonistas y sus miserias.

Por poner un ejemplo, el personaje de Frank es una maravilla, ya que representa una dualidad de lo más brillante. Por un lado es un juerguista divertidísimo, interpretado por un gran William H. Macy, que simboliza aquella parte hedonista que todos tenemos, y que hace que uno devore sus minutos en pantalla. Por el otro lado, es un padre horrible, y uno no puede evitar odiarlo un poco por ello. Casi como si nos encontráramos en la posición de los hijos, incapaces de salir de ese amor-odio, ya que, aunque sí, es un capullo, también es su padre.

Creo que ese es el valor fundamental de Shameless: el concepto de familia. Uno de los grandes reclamos de la misma era ver como en cada temporada evolucionaban sus personajes, madurando y creciendo físicamente. Recuerdo la emoción que sentía al empezar cada temporada y ver a los más jóvenes muy cambiados. Sin embargo, en once temporadas, llega un punto en el que los niños se convierten en adultos y dejan de crecer. Uno esperaría entonces tramas distintas, pero lo cierto es que cuando dejaron de sumar centímetros, sucedió igual con el desarrollo de sus personajes: se detuvo. Bueno, no es que se detuviera, pero empezó a dar círculos.

Acabaron sacando a Frank de sus vidas, algo por un lado lógico, y aunque siguieron viviendo todos en el mismo edificio, las tramas de los personajes ya apenas se cruzaban. En mi opinión, esta elección (toalmente lógica porque tus protagonistas deben evolucionar) debió de significar la emancipación absoluta de sus personajes, y por ende, el final de la serie.

Sin embargo continuaron con tramas independientes que a nadie interesaban, arruinando la vida de Lip, Ian y Fiona una y otra vez para nuestro deleite. Y parecía que no entendieran la estructura del camino del héroe: se limitaban a hacer putadas a sus personajes, despojándoles de todo y dándoles a cambio solo victorias a medias. Y eso, después de un par de temporadas, ya genera fatiga, lo que me empujó a dejar la serie.

Pero acabé volviendo. Volví por ese sentimiento de familia. Por todas las veces que los Gallagher perdonaron a Frank, yo debía perdonar a unos guionistas vagos. Y lo cierto es que, aunque me costó volver a coger el ritmo, llegué a su última temporada ilusionado. En parte por que se acercaba el final, y por otra por uno de los mejores romances de la historia de la televisión: el de Ian y Mickey. Mira que estos guionistas la han cagado muchas veces, pero volviendo a unir a estos dos acertaron de sorbemanera.

Aquella última entrega de episiodios me pareció muy buena, con ecos de aquellas maravillosas primeras temporadas, y con acierto al empezar a tratar temas sociales como la gentrificación y el impacto del Covid. Aunque el último episodio de la serie me dejó frío, acabé satisfecho.

Conclusión

Shameless es una serie especial, con la que reirás y llorarás, pero también con la que te acabas sintiendo frustrado. Siempre defenderé aquellas primeras temporadas porque me parecen una absoluta joya, pero al valorarla en su totalidad no puedo decir que sea una gran serie. También hay que entender los cánones televisivos de la época, eso sí, habiendo empezado a finales de la década de los 2000, cuando el éxito de una serie se basaba en el tiempo que duraba en antena, y no en su calidad.

En definitiva, en sus momentos álgidos, se trata de un producto de primera calidad, y teniendo en cuenta que estos suceden al principio, te invito a que le des una oportunidad. Cuando te empiece a cansar, la quitas y te pones The Bear, un serión también ambientado en Chicago y protagonizado por Jeremy Allen White, que hacía de Lip en Shameless. Así cerrarás el círculo con el mejor sabor de boca posible.


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