El 16 de abril llegué a Siderno con una mochila de viaje cargada y una ilusión que no me cabía en el cuerpo. Me encanta realizar voluntariados comunitarios, y para eso iba al sur de Italia: me habían seleccionado entre más de 100 jóvenes para formar parte de un proyecto titulado Can we change? (¿Podemos cambiar?), centrado en el diálogo con el objetivo de conseguir ese cambio de paradigma ya mencionado.
Solo quiero ser ese observador silente
Hoy es 19 de abril, y me encuentro sentado en una pequeña superfice rocosa de la playa de Siderno, delante del Mar Jónico, reflexionando sobre estos primeros días. Estoy feliz de estar aquí. Creo que este ambiente puede propiciar mucho más aprendizaje del que de primeras esperaba. Sin embargo, me recuerdo de que debo de tener cuidado: no puedo permitir que ni el proyecto ni el grupo me alejen de mí. Con esto me refiero a que me conozco y sé que necesito parte del día para mí solo. Soy así, y por muy emocionado que esté por este voluntariado, no puedo faltar a mi cita diaria con la meditación o con el deporte. No es que no pueda, es que no quiero. Como ahora, que he decidido venir solo a la playa para poder escuchar y observar el mar, que sé que me está hablando.
Estando en este lugar, en este instante, me doy cuenta de que la única doctrina que me apetece acatar es la del silencio. Quiero desarrollar la verdadera escucha: dejar que las olas del mar o las campanas de la iglesia de la ciudad sean mi maestro. Parte del proyecto consiste en el diálogo, y aunque, la intención me parece noble, ahora mismo estoy en un punto en el que no me apetece intelectualizar todo lo que sucede a mí alrededor. Solo quiero ser ese observador silente. Y precisamente por eso, este contexto es perfecto. No quieres caldo, pues toma dos tazas: aprende a absorver todo lo que puedas y a dejar ir el resto, a ser un espectador maravillado por el mundo que te rodea. A no juzgar todas las opiniones que me resultan contrarias, a formar parte del diálogo de modo categórico sin ni siquiera abrir la boca.
Durante unos breves instantes el sol se asoma entre la multitud de nubes, reflejándose así en el mar. Éste ha respondido agradecido mostrando pequeñas perlas de luz centelleante en su superfície. ¡Me ha hecho tan feliz! Vaya espectáculo más bello.
El mundo nos habla, y de un modo mucho más eficaz que el de las limitadas palabras. Por fin me dispongo a escuchar.